Actualizado 12/09/2007 02:00

Agustín Jiménez.- El negocio de las lágrimas.

MADRID 12 Sep. (OTR/PRESS) -

En lo que se tarda en recorrer este artículo, el presidente Bush ha tenido tiempo de llorar varias veces. Confiesa que lo hace con frecuencia, excepto en relación a Irán ("Dead certain"). Cuando le vienen las lágrimas, tiene la suerte de que Dios le presenta su hombro para que se apoye. El superpresidente Sarkozy es inmune a esas flaquezas pero, desde la altura de la Historia, vigila las cuitas de sus ciudadanos por si los sondeos. Cuenta la prensa francesa que ha montado en el Elíseo un departamento con la misión de rastrear día y noche los medios de comunicación en busca de víctimas. En cuanto las encuentra, las consuela. ¿Que un gendarme muere en acto de servicio? De inmediato convoca a la viuda y los huérfanos y luego les pone un piso. ¿Que a un escolar lo desprecian por negro? Invita a merendar al negro y mete un puro al director del centro.

A los McCann no los recibió porque no tienen la fortuna de ser franceses. A estos escoceses les desapareció su hijita. No se les vio muy tristes porque son británicos aunque a lo mejor lo estaban. Sin que nadie les echara en cara la frescura de haberse largado a cenar dejando solos a tres niños pequeños, convirtieron su tragedia en el dramón del año. Los portugueses tienen el corazón fácil y se volcaron. Los públicos ingleses, que consumen grandes dosis de salsa rosa para tapar la pésima calidad de lo que comen, se apuntaron a la empresa de solidaridad como a una empresa imperial, por patriotismo. Una inundación de eurolágrimas anegó la Europa fría. Unos empresarios avispados entrevieron bisnes.

Los McCann recolectaron un capitalillo y viajaron por medio mundo. Saltaron al éxito porque les habían secuestrado, o tal vez asesinado, a la pequeña. Los policías del continente desatendieron sus labores para buscar a la inglesita y organizaron un tráfico de perros especialistas en husmear cadáveres. Ahora que en televisión proliferan las series de sabuesos científicos, es un buen momento para actualizar a Lassie, a Rintintín y al perro Rex. El "corazón corazón" de "aquí hay tomate" se desinteresó de dolores lejanos y masivos, de Darfur, de Irak, de los náufragos del estrecho, para centrarse en la suerte de Madeleine. Famosos de la cara y la calderilla pusieron sus talentos al servicio de los MacCann, recién llegados al gremio.

Papa Ratzinger, que lógicamente no ha tenido tiempo de ocuparse públicamente de los náufragos de las pateras o de las madres de Irak (sí ha recibido obsequioso a sus verdugos, uno de ellos británico), les concedió un minuto. Por supuesta desazón paternal, por comprensible desequilibrio, por cálculo o por disimular (según la última versión), los McCann tejieron una entramado publicitario que ahora, independientemente de su conciencia, les ahoga como una gigantesca tela de araña. Pidieron publicidad a gritos. Cuando la obtuvieron, reclamaron el derecho a su vida privada.

En el viaje de regreso, o de huida, o de lo que sea, a su pueblo los atosigaron las mismas cámaras de televisión que antes los habían acompañado en el sentimiento en nombre de toda la humanidad. La pobre niña -y es lo único que cuenta- no aparece. Los guionistas buscan un colofón. El público está desconcertado. La bolsa tiembla otra vez. Los ojos se sienten un poco ridículos de haber llorado.

Agustín Jiménez.

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