Actualizado 21/04/2012 14:00

Antonio Casado.- Las disculpas.

MADRID 21 Abr. (OTR/PRESS) -

Pidió disculpas, salió ganando y no se le cayeron los anillos. En palabras muy sencillas y totalmente deshabitadas del protocolo o la solemnidad propios de la realeza, don Juan Carlos pidió perdón por haberse portado mal. "Me he equivocado y no se volverá a repetir", dijo en la plaza pública de aquella manera, la suya, y la inmensa mayoría de los españoles, según los sondeos llevados a cabo por los medios de comunicación, aplaudieron el deportivo gesto del Monarca.

Sin embargo, apenas se había hecho el silencio posterior a los aplausos cuando algunas voces se alzaron entre los dos signos de interrogación para preguntarse cuál era en realidad la falta cometida. Son quienes dicen no saber exactamente por qué se pedían las disculpas. Son los que, después de haberse erigido en escudos humanos de don Juan Carlos mientras éste recibía las descargas verbales desde la calle, los medios de comunicación, las redes sociales y la clase política, dicen ahora que el Rey no tenía por qué haber pedido disculpas porque nada había de reprobable en su conducta.

Se equivocan. Naturalmente que había razones para disculparse. El haberlo hecho no puede ir en desdoro de su figura sino todo lo contrario. Le honra y de paso desautoriza a quienes fueron más juancarlistas que el propio don Juan Carlos. En cuanto a las faltas cometidas una es la inoportunidad. Que un Jefe de Estado haga una escapada furtiva para cazar elefantes cuando la gente de su país está sufriendo las consecuencias de una profunda crisis económica, es como decir que le trae al fresco. Y además hubo incumplimiento de sus deberes oficiales por saltarse el despacho semanal con el presidente del Ejecutivo y por comunicar su ausencia al Gobierno de la Nación de manera deliberadamente incompleta, sin entrar en detalles sobre las razones del viaje, los acompañantes, el destino y el coste.

También fue irresponsable ignorar las limitaciones físicas que don Juan Carlos padece de un tiempo a esta parte. Algo más que una cadera quebrada pudo costarle la ventura. Pero es que, aunque hubiera estado en excelentes condiciones físicas en una España bonancible y encantada de haberse conocido, su comportamiento hubiera sido poco ejemplar desde el punto de vista ético y estético. Al no estar afectado por el principio de igualdad ante la ley, o sea, al ser ventajosamente desigual ante la ley, también está obligado a ser desigualmente ejemplar.

Ejemplar ha terminado siendo su forma de resolver el problema, o de aplazarlo si es que la rectificación no se plasma en la práctica. Ahí quedan esas diez palabras con las que, al salir de la clínica el miércoles pasado, rompió el cerco de la reprobación general: "Lo siento mucho, me equivoque y no volverá a ocurrir". Suficiente para reconciliarse con los españoles y para provocar el repliegue desordenado de quienes se inspiraron en el elefante africano para anunciar la quiebra de la Monarquía española confundiendo personas e instituciones.

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