MADRID 6 Jun. (OTR/PRESS) -
Tiene José Luis Rodríguez Zapatero un rictus establecido para las grandes declaraciones que simula que las cosas que suceden no tienen que ver con él; aparenta estar ungido por una gracia misteriosa que señalara que el resto de los mortales están encadenados a confiar en él como líder. Y el líder, cada vez, está más desaparecido.
La comparecencia del presidente evidencia que no se termina de enterar de con quién está tratando. El problema no es que ETA se equivoque, lo cual, a la vista de su naturaleza criminal no tiene por qué ser una mala noticia, sino que se equivoque el presidente del Gobierno de España en la conducción de lo que se ha venido en llamar proceso de paz. Y, la primera condición para recuperar el crédito y la confianza de la ciudadanía es un pequeño ejercicio de autocrítica.
La política no es una cadena de montaje en la que los elementos se ensamblan conforme llegan al puesto de trabajo. Ahora reclama el presidente el apoyo de todos los grupos, pero no termina de definir qué es lo que propone, porque sigue insistiendo en la paz como un concepto pastoril que pudiera alcanzarse en diálogo con personas respetables y no conceptualizada como una victoria de la democracia sobre el terrorismo.
No parece el presidente preparado para la contrariedad y éste requisito la capacidad de frustración- es indispensable para el liderazgo porque no hay nada más perceptible por la ciudadanía que la persistencia infantil en el error.
Ayer hubiera tocado una declaración lacónica, breve, concisa y rotunda: ETA ha perdido la última oportunidad de su historia de conseguir un final dialogado de su locura criminal. Las palabras huecas se hacen ya insoportables y solo demuestran que el presidente del gobierno está incapacitado para el mínimo ejercicio de autocrítica.
Carlos Carnicero.