MADRID 26 Nov. (OTR/PRESS) -
Me parece que hay que tener muy poquito qué hacer y menos aún en qué pensar para convertir un crucifijo en un problema, pero en este país nuestro es como si el tiempo no acabase de pasar. Como si estuviera detenido. Creímos, en la Transición, que habíamos cambiado de página - la concordia, la tolerancia, todo eso tan bonito - y, de pronto, vuelta a atrás en el bucle que creíamos superado gracias al esfuerzo de todos. El fondo del asunto en cuestión - si los símbolos religiosos deben colgar en las paredes de la escuela pública - es uno de esos asuntos opinables que una sociedad adulta puede y debe resolver mediante el diálogo y el consenso. La bronca siempre es un fracaso y quienes la practican, fracasados. El arma de la inteligencia no es el exabrupto si no la palabra. Pero esta pedagogía democrática tan elemental parece fuera del alcance de algunos políticos
Para ver en la imagen de Jesús crucificado "un símbolo que pueda agredir", además de muy ignorante hay que ser muy retorcido. Pero, preguntada por la sentencia que ha ordenado descolgar los crucifijos de una escuela pública de Valladolid a petición del padre una alumna, la Ministra de Educación, Mercedes Cabrera, ha respondido que "cualquier símbolo religioso que pueda agredir debe ser quitado de en medio". Literal. La ministra Mercedes Cabrera no es, políticamente hablando, la más lista del Gobierno, ni la más hábil a la hora de batir las pestañas dialécticas para seducir a las televisiones. En materia de telegenia, el campeón del Gabinete es el presidente Rodríguez Zapatero. Pero la señora Mercedes Cabrera derivó en ministra desde la universidad, tiene una carrera y un brillante expediente docente y académico. De un patán (o "patana", que diría su compañera de Igualdad Bibiana Aido, la de "miembros" y "miembras") si cabría esperar que incurriese en un exceso verbal tan ofensivo y zafio. De la profesora doctora Mercedes Cabrera, al menos yo, no.
Me inclino a pensar que tuvo un mal día. Cualquiera puede tenerlo. Y quiero pensar que se disculpará. Una frase desafortunada se le escapa a cualquiera, y esta me parece especialmente perversa en boca de toda una ministra de Educación. La tiranía del discurso "políticamente correcto" creo que debe tener el límite de la honestidad intelectual, y quiero pesar que la profesora doctora aun no la ha perdido bajo el maquillaje de agradar al jefe casi al precio que sea aun perdura en ella la vergüenza académica del intelectual.
Consuelo Sánchez-Vicente.