MADRID 24 May. (OTR/PRESS) -
Tengo para mí que el ciudadano José María Aznar no pasará a los libros de Historia por su empeño en clausurar los malos recuerdos de la última Guerra Civil. Tampoco algunas de las iniciativas del presidente Rodríguez Zapatero se caracterizan por propiciar el acercamiento entre los españoles de izquierdas y de derechas. Parece como si uno y otro se sintieran a gusto recreando la memoria fratricida que alumbró la aberración de las dos Españas. Mientras los ciudadanos de a pie estamos en nuestras vidas, con nuestros problemas y nuestros sueños: el trabajo, los hijos, la hipoteca, los proyectos...
Ellos, y, con ellos buena parte de cuantos han hecho de la política una profesión y una plataforma para su vanidad, no cesan de zaherirse, no paran de soltar dentelladas. Viven sembrando cizaña, desprestigiando al contrario y creando tensiones que desembocan en problemas que luego se ofrecen a resolver. Oír a un ministro de Justicia recetar laxantes a quienes le critican, provoca sonrojo. Escuchar a un ex presidente del Gobierno diciendo que todo lo que no sea votar a su partido es reforzar a la organización terrorista ETA, genera indignación.
Seguir el discurso de un Fiscal General del Estado que hace como que no hay diferencias entre los demócratas y los turiferarios de los terroristas, provoca vergüenza ajena. Mirando hacia atrás, es imposible evitar la comparación entre aquellos gigantes de antaño que llevaron a puerto la nave en los procelosos días de la Transición y estos pigmeos de ogaño ¡Joder, qué tropa¡.
Fermín Bocos.