MADRID 27 Ago. (OTR/PRESS) -
La verdad es que no puedo certificar que fuese el mismísimo Zapatero quien calificó en una ocasión a Arnaldo Otegi como "hombre de paz". Sí puedo asegurar que lo dijo alguien del entorno; la memoria es flaca y lo cierto es que la opinión oficial sobre Otegi fue más o menos la de que se trataba de una especie de Gerry Adams a la española y no mucho después esa versión oficial u oficiosa dio un giro de ciento ochenta grados. Como, por otro lado, ocurrió con tantas cosas relacionadas con el llamado 'proceso de paz', o de negociación con ETA. Lo que primero era blanco, o blanqueable, después, sin solución de continuidad, fue negro. Lo que durante casi toda la legislatura anterior era materia en la que se podía hacer la vista gorda, se convirtió en objeto de riguroso análisis, susceptible de persecución, a las pocas semanas. Allá donde algunos jueces habían estado blandos, otros les sucedieron con planteamientos mucho más duros.
Y así con Otegi, que sale este fin de semana de la cárcel, tras una estancia de un año en el que parece haber sido olvidado por casi todos, empezando por los teóricamente suyos. Ahora vuelve al protagonismo, pero él sabe que ahora se trata, de veras, de un protagonismo de cuarto de hora. Me dicen que Arnaldo Otegi, que sí creyó en la negociación ETA-Gobierno, pero que no supo soltar amarras cuando la banda del horror rompió la tregua que ella misma había decretado, está desorientado, desmoralizado, confuso. Le ocurrió lo que a los tibios en los momentos extremos o en tiempos de guerra: que ahora no se fían de él ni los tirios ni los troyanos.
Sospecho que es ya un juguete roto: fue la esperanza instantánea, coyuntural, de poder llegar a la paz, el mal menor, pero su figura ya no interesa. Puede que le hagan algún homenaje quienes ni siquiera protestaron por su encarcelamiento, pero serán homenajes de segunda división. No les ha sido tan útil, les ha salido más respondón de lo que 'ellos', que nada tienen de demócratas, están dispuestos a soportar. Cuando una negociación sale mal, quienes la alentaron suelen adquirir un cierto aire patético. Le ocurrió al mismísimo Zapatero, aunque pudo salvar la cara. Y le está ocurriendo, claro, a Otegi. Que no tiene quien le escriba ni quien le defienda: supongo que se va a sentir muy triste -y cómo lamentarlo- cuando las puertas de la cárcel se cierren tras él y se le abran las de un mundo indiferente.
Soy de los que piensan que, tarde o temprano, habrá que volver a negociar con ETA. Pero sobre bases distintas: no puede llamarse un día a quien está a la cabeza de una formación ilegalizada, el brazo político de la banda del horror, 'hombre de paz' y, casi al día siguiente, ponerlo al frente de la lista de los asesinos. Como no se puede decir que es imposible ilegalizar a una formación política (ANV), para, tres meses después, hacerlo a trancas y barrancas. A ETA hay que tratarla con dureza y, si con ella se negocia, que se negociará, no darle la menor facilidad para que se aproveche de la situación negociadora. Otegi, presunto juguete roto, es un buen ejemplo de lo mal que salen las cosas cuando se hacen mal.
Fernando Jáuregui.