Actualizado 15/01/2010 13:00

Isaías Lafuente.- El epicentro de la catástrofe.

MADRID, 15 Ene. (OTR/PRESS) -

El terremoto que ha asolado Haiti tuvo su origen a poco más de 15 kilómetros de la capital, de ahí su ferocidad, pero el epicentro de la catástrofe hay que ubicarlo en el territorio imaginario de su tormentosa historia y de su deprimente presente. Si un temblor de tal magnitud es impredecible, la realidad haitiana era perfectamente conocida: está en las estadísticas de los principales organismos internacionales. Si toda la solidaridad mundial, ciudadana y política, que ahora se volcará en el país caribeño hubiera llegado antes de la catástrofe, no se hubiera evitado el temblor, pero sí la magnitud de sus consecuencias.

Ahora llegará material de ayuda humanitaria a un país con sus precarias infraestructuras totalmente devastadas, llegarán medicamentos a un lugar carente de un sistema sanitario capaz de utilizarlos, llegará dinero a un estado con unos mimbres difícilmente homologables a lo que se considera un estado. Al drama de las decenas de miles de muertos habrá que sumar el de otros tantos miles de personas que quedarán maltrechas de por vida. A las víctimas del gran temblor y de su veintena de réplicas habrá que unir las que no puedan sobrevivir a la enfermedad. Se tardará meses en reconstruir las escuelas destruidas en un país con la mitad de ciudadanos analfabetos. Y años en volver a recuperar el pulso económico anterior al terremoto, es decir, el de la miseria.

Porque la miseria extrema es la sima en la que debemos buscar el epicentro de la catástrofe. El 80% de los haitianos vive con menos de dos euros diarios, y casi el 70% de la población carece de trabajo. En la normalidad, el mundo rico no quiere mirar hacia estas esquinas de la tierra. Y cuando la tragedia nos hace inevitable volver la cara a esta realidad sólo podemos ver entre escombros la devastación, el dolor y la muerte. Y sólo podemos sentir vergüenza por lo que se dejó de hacer antes de que la tierra temblase.