MADRID 25 Abr. (OTR/PRESS) -
Los secuestros de aviones, que se sucedían semanalmente a principio de los años setenta, terminaron cuando se llegó a un acuerdo mundial en el que todos los países se comprometían a no ceder a las pretensiones de los secuestradores y, mucho menos, a concederles asilo político. Del secuestro mensual se pasó a contabilizar cero secuestros al año. Todavía algún despistado, de vez en cuando, protagoniza un esperpento, pero el episodio concluye siempre en agua de borrajas.
Unos compatriotas nuestros han sido secuestrados con barco y todo, y tenemos el deber de procurar, por todos los medios, que regresen vivos a sus casas. Nadie puede estar en desacuerdo. La decisión se complica si para que logar ese razonable objetivo hay que pagar una suma de dinero a través de negociaciones clandestinas con los delincuentes. Si es así, y los criminales consiguen dinero, no será el último barco español secuestrado, y se abrirá una vía de ingresos para extorsionadores violentos, e incluso nacerán vocaciones de gente que quiera convertirse en un pirata de provecho.
Me imagino que se dirá con la boca grande que no se negocia, y que se negociará con la boca pequeña por debajo de la mesa, pero las consecuencias de ello, por mucha discreción con que se actúe, pueden ser desastrosas.
Preguntarse qué haría el Reino Unido en este caso es vano, porque al Reino Unido, casualmente, no le pasan estas cosas, y, si le pasan, es capaz de mandar media flota al otro lado del mundo. Lo hizo con unos tipos mucho más feroces, que eran militares argentinos, y saben que en Inglaterra no les tiembla el pulso.
Esperemos que nuestros compatriotas regresen a sus casas, y que eso no sirva para que los barcos españoles que faenan allí, se conviertan en apetitosas fuentes de ingreso para bucaneros.
Luis Del Val.
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