El poder no tiene sexo

Europa Press Sociedad
Actualizado: lunes, 5 mayo 2008 15:20

El enemigo era más visible en los "gloriosos" tiempos de la lucha de clases. El mundo era entonces un inmenso campo de batalla en el que los explotados, hombres y mujeres, tenían la misión histórica de derrocar a los explotadores. Con la lucha de sexos, sin embargo, los adversarios y los frentes de lucha, se han vuelto más difusos. Es cierto que hay feministas radicales, señoras atacadas y obsesionadas, que conciben la vida como una interminable guerra de liberación de mujeres buenas frente a hombres malos. También del otro lado perviven demasiadas mentes arcaicas que aún defienden, incluso con la violencia y el asesinato, la preeminencia natural y la superioridad del macho.

Pero la vida cotidiana de la inmensa mayoría trascurre ajena a las escaramuzas políticas y mediáticas de la guerra de sexos. Las parejas, las familias, tienen proyectos comunes, combaten del mismo bando. Hay quien celebra mucho estas leyes que establecen el número de mujeres que deben sentarse en los Consejos de las grandes empresas. Queda pendiente de clarificar si el ascenso de la "paridad" a los despachos de madera noble reportará alguna mejora salarial para el resto de los/ las trabajadoras de esas compañías. Tampoco hay certeza de que a las/los consumidores les importe demasiado el género de esa exquisita élite, tan apegada al contrato blindado y las dietas millonarias, si la "cuota" no sirve para rebajar el recibo de la luz o del teléfono.

Hay púlpitos del progreso que cifran en el número de diputadas y ministras la felicidad y las aspiraciones colectivas de la totalidad de las mujeres. Incluso presuponen una nueva forma más humana y bondadosa de gobernar. También voces anacrónicas que se escandalizan si no hay un varón al frente del ministerio de Defensa. Y sin embargo, el poder no tienen sexo. Las prácticas no avalan casi nunca esa retórica de la especial sensibilidad femenina. Lo saben bien las empleadas de hogar que tantas veces sufren el abuso y la explotación de algunas jefas.

Como los servicios en las peluquerías modernas, el poder es "unisex". No hay en el Archivo de Simancas legajos que glosen una forma especial y femenina de gobernar en Isabel la Católica. Tampoco en Moscú o Londres se conservan muchos testimonios del lado más humano de Catalina la Grande o Isabel I de Inglaterra.

Hay propagandistas, incluso gente de buena fe, que imaginan una hermandad femenina, una explosión de júbilo, una viva alegría, en las mileuristas, en la viudas con una pensión no contributiva, en las sufridas madres que no consiguen plaza en una guardería, cada vez que otra mujer, ingresa en el exclusivo universo de los Audis blindados. El último barómetro del CIS de marzo rebajaba la intensidad de esa algarabía hasta un 0,3 por ciento, que es la preocupación estadística que en esa fecha y en esa encuesta sentían los/las españolas por "los problemas relacionados con la mujer". Y es que las leyes de igualdad aún no han encontrado la fórmula matemática para hacer efectiva la "discriminación positiva" en el desempleo, la vivienda o el alza de los precios, problemas que según el mismo sondeo, son los que más preocupan a los españoles, pero también a las españolas.

La democracia, el ascenso de las clases medias, ha sepultado el viejo lenguaje del conflicto y la dominación en las relaciones laborales. Ahora cuando un empresario/a despide a una mujer embarazada, el dedo apunta genéricamente al machismo antropológico, como si el marido de la afectada fuera cómplice y no victima también del "depredador/a" cuyo único objetivo es el beneficio y la cuenta de resultados. Es cierto que las mujeres vienen de un largo viaje, que la vida diaria les obliga a sortear muchos obstáculos. También que en este siglo y en estas tierras, sus sueños, preocupaciones y sobre todo enemigos, son en gran medida, los de una gran mayoría de hombres.

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