Actualizado 03/11/2008 18:30

Recaudando en el cubo de la basura

Madrid se llenará de confidentes y chivatos. La garita de la urbanización o el cubículo donde ahora murmura el portero, se convertirán en puestos de vigilancia y delación: -¡Confirmado señor inspector, es la rubia del tercero. Acaba de tirar el "Hola" al cubo de los residuos orgánicos!

Se desvanece el Madrid de los sueños. La caja está vacía y el proyecto municipal más ambicioso es ya recaudar por cualquier medio. Sube el IBI, las multas, los aparcamientos. Hasta el cubo de la basura ha sido declarado de interés estratégico, convirtiéndose en un prometedor y floreciente yacimiento con el que recaudar más impuestos.

Una brigada de 300 inspectores saldrá cada noche a patrullar los cubos de basura, a hurgar en los secretos de las bolsas de desechos. Son hombres entrenados para cazar al vecino que no recicla, a la madre o al padre de familia, que bajo la apariencia de ciudadanos ejemplares, esconden al frío criminal capaz de meter en la misma bolsa los envases de plástico y los restos de la paella del domingo. Y además sin sentimiento de culpa.

Los infractores serán sancionados con 750 euros. Una factura, una carta, una nómina, arrojada al cubo de la basura será la prueba para incriminar al malhechor. Pero además, como la Policía Científica, la patrulla de la basura acabará tomando huellas, examinando colillas y practicando el ADN a los restos de saliva. Cuando la investigación fracase y no se pueda imputar a nadie concreto, la multa la pagará la comunidad de propietarios. Es lo que en el fantástico mundo del juez Garzón se llama Derecho creativo.

Y ese será el principio de la desconfianza y la sospecha. El ordinario acto de bajar la basura será tan arriesgado como transitar por una ciudad enmudecida por el toque de queda. Habrá vecinos vigilando desde la mirilla y otros que se harán los encontradizos en el ascensor o en el pasillo. También porteros adiestrados que den las buenas noches como si estuvieran interrogando. Automáticamente, todo aquel que baje la basura en una única bolsa será sospechoso de no reciclar. Aflorará lo peor del ser humano. Volverá la delación, la acusación sin pruebas. Incluso algunos exaltados intentarán crear puestos de control y movilizarán patrullas para controlar la bolsa de basura de las vecinas dudosas.

Los daños para la convivencia serán tan graves que no compensarán el dinero recaudado. Quien de verdad desee reciclar ahí tiene como reto a toda la administración española. Sería más útil y ecológico hurgar a fondo en los despachos, en las canonjías, en los pesebres, en las flotas de coches, en el rendimiento real de miles de funcionarios, en las cortes de edecanes y asesores. Pero para ese reto no bastan con 300 inspectores. Se necesitan al menos diez divisiones bien armadas y sobre todo coraje y voluntad política. Porque son cientos los nidos ocultos donde canta el cuco y se estiran los zánganos. Son miles los refugios, los abrigos, repartidos y escondidos en el espeso e indolente bosque de la burocracia española. Casi tantos como cubos de basura en la capital de España.