"La talla 100"

Europa Press Sociedad
Actualizado: lunes, 31 marzo 2008 19:58

¡"Cuánto cuesta morirse"!, se quejaba ya sin fuerzas el desahuciado dictador en aquellos días finales de agónica espera. Ahora es el PCE, la izquierda redentora, la que se muere y como a Franco, también, cuánto le cuesta morirse. Los despojos de las ideologías totales se arrastran por el siglo XXI como fantasmas errantes descolgados de su tiempo. Engels, Marx, toda la turba del materialismo histórico y dialéctico, concitan ya menos interés que una simple inyección de botox. La revolución se libra ya únicamente en los quirofanos, donde los cirujanos plásticos cortan, rellenan e implantan, hasta alumbrar al "hombre nuevo", aquel que con tanto denuedo y algunos millones de muertos trataron de implantar inútilmente las doctrinas visonarias del pasado.

A la utopía se accede ahora por las puertas de las clínicas de estética, cuyo muestrario exhibe todo el glamour, pero también todas las extravagancias de las estrellas de Hollywood. La eterna juventud, que antaño requería leoninos pactos con el diablo, se compra ya al contado o en cómodos plazos en los autoservicios de la vanidad y la casquería, donde el cliente, según el gusto y el presupuesto, puede elegir los centrímetros de morro y el volumen de pechuga. Es el síndrome de la banalidad, que además de socializarse se ha convertido en respetable. Por un pack de 6.000 a 9.000 euros, el mercado, aquel viejo enemigo de clase, ofrece -una copia se entiende- los pechos de Pamela Anderson, los labios de Penelope Cruz o los gluteos de Nicole Kidman.

Otra cosa es que tanto afeite y pieza de recambio encaje en el molde original. Porque muchas veces el resultado último no es un Romero de Torres, sino uno de esos cuadros cubistas de Picasso, --arte degenerado lo llamaban los nazis-- en los que la nariz arranca de las cejas y la caida de ojos llega hasta la boca. Para el talento aún no hay catálogos, pero eso importa menos, porque uno de los credos mayoritarios de este tiempo, es esa adicción narcisista que rinde culto al cuerpo, excluyendo del mismo al cerebro.

La silicona ya es para la cultura occidental un material de la importancia estratégica del uranio o el plutonio. "Sin tetas no hay paraíso" se titula una serie de éxito en la televisión. Como la moda viene de la denostada América, triunfan las dimensiones grandes, "la talla 100", ese monovolumen de los pechos, que en el último año, sólo en España, puso en circulación 50.000 nuevas unidades. Somos también una gran potencia del "lifting", la liposución o el chute de botox . Aquella pacata España, reserva espiritual de Occidente, y ahora ya gran icono del progreso, es la nación europea que con más devocion acude en peregrinación a los santos lugares de la estética y la cosmética. Hasta 380.000 personas, más que votantes del PNV en las últimas generales, se operan cada año. Un 10 por ciento son adolescentes, que incluso sin edad para votar, ejercen su democrático y pueril derecho a perfilar la nariz o embalconar la fachada.

"Nosotros los de entonces, ya no somos los mismos", escribió Neruda y repitió José Hierro. En silencio, sin marchas fúnebres, se despide el consumido mundo de la lucha de clases y el paraiso proletario. ¡"Arriba, parias de la Tierra, en pie famélica legión....!", retumba ya lejano aquel himno de la Internacional, cuya emoción acabó quebrada por décadas de burocracia y escleroris. Ya no hay más internacionalismo que el de la globalización, el viagra y la talla 100. ¡Camaradas, es el momento del repliegue!. Ahora el frente de lucha está en la celulitis, en la arruga y en los aparatos para endurecer el músculo. ¡Patria o muerte. Venceremos!

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