MADRID 25 Nov. (OTR/PRESS) -
Cuando Aznar, Aguirre y el chico de las Nuevas Generaciones de Madrid dicen que el PP no debe tener complejos, lo que quieren decir es que el PP no debe cortarse ni un pelo a la hora de expresar, preferiblemente con palabras subidas y ademanes foscos, la parte más reaccionaria de su espíritu, que es, casualmente, la que encarnan ellos, como todo el mundo sabe. El actual buenismo de Rajoy, e incluso su sensatez al tachar de "coñazo" el desfile militar del 12-O o al oponerse a la venta a Rusia de Repsol (que él mismo, por cierto, contribuyó a privatizar), les pone de los nervios a esos irredentos cruzados de la causa que han encontrado en uno de los insultos de Jiménez Losantos a Rajoy, "Maricomplejines", la idea-fuerza que necesitaban para aprestarse al desembarco en su Día D.
Pero si al decir lo de los complejos se refirieran a los complejos, parece natural suponer que las cosas que ayer hizo Aznar y que hoy hace Aguirre deberían acomplejarles necesariamente, sin que para evitarlo bastara el mero voluntarismo, sino el arrepentimiento, la contrición y el propósito de enmienda. ¿Cómo no va a tener complejos -justificadísimos, por cierto- quienes embarcaron a España en una guerra, quienes mintieron a la nación, quienes se oponen al restañamiento de las últimas heridas de la Guerra Civil mediante el reconocimiento legal, afectivo y efectivo de sus víctimas, quienes quieren privatizar el Canal de Isabel II que surte de agua a Madrid, que gana dinero para todos y funciona de maravilla, quienes se cachondean de las campañas de seguridad de Tráfico o quienes se oponen a que la gente se case con quien quiera? Pero quienes cada vez menos subterráneamente pugnan por restaurar el aznarismo en el PP y el Aznarato en España no tienen complejos. Ni eso, al parecer, tienen.
Rafael Torres.