Actualizado 27/10/2010 14:00

Esther Esteban.- Más que palabras.- La metamorfosis de Montilla.

MADRID 27 Oct. (OTR/PRESS) -

Rectificar es de sabios y si el que rectifica es un político la cosa se mejora y se aplaude. El problema es cuando la rectificación es un acto de hipocresía política, una impostura con tufo electoral, para intentar captar un puñado de votos desencantados pensando que los ciudadanos son unos ilusos ignorantes. Y eso es precisamente lo que ha hecho José Montilla que ahora, cuando teme perder la poltrona, ha dado por liquidado el tripartito con el argumento de que ya no sirve o mejor dicho ya no le sirve a sus intereses. El presidente de la Generalitat, desesperado por la debacle que le dan las encuestas, ha abjurado de lo que ha sido su política en estos últimos años -sin duda el peor periodo que ha conocido Cataluña en términos de economía, influencia y poder- y ha optado por una acelerada metamorfosis absolutamente descarada. "Ni cambiaré mis principios ni vuestros principios por un puñado de votos a cambio de ser investido presidente de la Generalitat", ha dicho con una solemnidad, impropia de la zafia mentira. ¡A buenas horas mangas verdes!. Ahora quiere borrar de un plumazo su nefasta actuación en torno al estatut y los temas identitarios, su conversión al nacionalismo tras ser abducido por sus socios independentistas, gracias a los cuales se ha mantenido en el poder. Ahora, quiere que todos pasemos la página de lo que han sido sus amistades peligrosas con los independentistas de ERC y cree que acudiendo a La Noria de tele 5 y presentándose allí como el más español de los españoles, cuando hasta hace un minuto decía que en el traje de España le estallaban las costuras puede dar la vuelta a las encuestas.

Conocí al hoy candidato a la Generalitat José Montilla nada más aterrizar como ministro en Madrid, y creo que la mía fue la primera entrevista que concedió a un periódico nacional, apenas juró el cargo. Se mostró como un hombre afable, reservado y discreto, muy parco en palabras de esos que te hacen sudar la camiseta si quieres conseguir un buen titular. Aquella era una entrevista cargada de buenas intenciones, una primera toma de contacto que su jefe de prensa Toni Bolaños se encargó de preparar el detalle, haciendo caer en la cuenta a la periodista y al medio de que su jefe no conocía aun los asuntos complejos de su departamento y por lo tanto había que darle al menos esos cien días de gracia que por cortesía deben otorgarse a cualquier recién llegado. La cosa se resolvió haciendo una entrevista de política general sobre todos los temas que entonces marcaban la actualidad, pero aun así a lo largo de la misma conseguir respuestas tajantes y frases redondas fue una obra de ingeniería.

Tiempo después volví a entrevistarle un par de veces más hasta que un día el periódico "El Mundo", en el que yo colaboro, empezó a hacer una incipiente critica a su gestión. En ese justo momento se acabó lo que se daba. Nunca más volvió a concederme una entrevista con el argumento de que "encima que le criticábamos no nos iba a dar el gusto de ponerle entre la espada y la pared". La cosa se fue complicando a medida que su gestión iba siendo más catastrófica. Yo seguí llamando a su responsable de prensa una y otra vez haciéndole ver que era una simple colaboradora del medio y que jamás el director me había dado una indicación y mucho menos consigna alguna sobre que cuestiones debía plantear a mis entrevistados.

"Me ha dicho que sois unos sectarios y que no volverá a dar una entrevista ni a hacer declaraciones para ese periódico ni ahora ni nunca". La cosa, ya siendo presidente de la Generalitat lejos de mejorar empeoró no conmigo -que jamás he vuelto a entrevistarle- sino con cualquier periodista que se atreviera a cuestionar su gestión. En una ocasión el entrevistador de la Vanguardia Xavier Sala i Martín, economista de la Universidad de Columbia para más señas, fue objeto de sus iras. "Eres un sectario, un impresentable, estas lleno de prejuicios, ¿pero tú que te has creído tío?", le dijo Montilla, poco antes de levantarse y dejarle plantado. Al parecer, a Montilla no le gustó que su interlocutor le preguntara si se sentía capacitado para el cargo teniendo en cuenta que es el único candidato sin estudios universitarios, y se mostrara crítico con su forma de hacer las cosas. Su reacción, propia de un soberbio que se cree poderoso, define bien el perfil de quien la practica: matar al mensajero e intentar amedrentarle con insultos y descalificaciones. Y para hacerlo no hay nada mejor que utilizar el sectarismo y acusar al contrario de practicarlo. No hay nada más sectario que descalificar un argumento porque no se sabe rebatirlo; ni nada más impresentable que tener un cargo público para uso exclusivo de los tuyos; ni nada más lleno de prejuicios que enarbolar el "o conmigo o contra mí" para esconderse de las críticas.

El presidente de la Generalitat, a quien sus propios compañeros definen como el "autista" por su escasa capacidad de conversación, ha sufrido un mal contagioso que suelen parecer los políticos que han hecho su carrera a la sombra de los aparatos de los partidos. Son personajes que han llegado a las más altas cotas de poder a base de tener en sus manos la elaboración de las listas, que no admiten un "no" por respuesta y que son siempre más temidos que respetados.

Como dijo Oscar Wilde, las preguntas nunca son indiscretas. Las respuestas, a veces, sí y eso deberían aprendérselo de memoria estos personajes. ¿Qué es sectarismo? ¿Y tú me lo preguntas? deberían plantearse estos políticos y responderse a modo del verso... sacando su propia moraleja. Lo mejor es que el tiempo pone a cada uno en su sitio y no hay travestismo de última hora capaz de borrar lo que han sido estas dos legislaturas bajo su mando. Los ciudadanos van a juzgar y a ellos no puede hacerlos un corte de mangas y echarlos del despacho. Más bien puede ocurrir al contrario...

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