MADRID 16 Oct. (OTR/PRESS) -
Estamos tan acostumbrados a los vaivenes políticos de Pedro Sánchez que, aunque resulten llamativos, ya no constituyen sorpresa. El penúltimo ha sido el relacionado con el acuerdo de paz entre Israel y Hamás alcanzado por mediación del presidente norteamericano Donald Trump, el emir de Qatar Al Thani, Abdelfatah al Sisi, presidente de Egipto y el de Turquía Recep Taiyyip Erdogan.
Acuerdo a cuya firma en Egipto se apuntó Sánchez sin haber tenido la menor participación en el proceso. No solo no había participado en el arduo camino de negociación sino que hasta la víspera del acuerdo seguía hablando de la intervención israelí en Gaza como un genocidio mientras que la cuarta parte de los ministros de su Gobierno con la vicepresidenta Yolanda Díaz a la cabeza rechazaban el pacto acordado.
Un pacto cuya primera consecuencia ha sido la liberación de la veintena de rehenes israelíes que han permanecido más de dos años secuestrados por la organización terrorista Hamás y la excarcelación de dos centenares de presos palestinos que cumplían condena en cárceles de Israel. Al acuerdo se han sumado medio centenar de países.
Aquí Sumar y Podemos se han quedado solos porque en la política española hacer el ridículo es gratis. Pero esa posición de sus socios parlamentarios -que Sánchez no ha criticado- junto a actuaciones suyas en los días previos al acuerdo -caso del aplauso al boicot de la Vuelta Ciclista o la sobreactuación en el asunto de la compra de armas a Israel- le sitúan en una posición que anula cualquier posibilidad de que España pueda asumir algún papel en el escenario que el acuerdo abre en la región.
¿A qué fue a Charm-el Cheik? No hay margen para el error: fue a estar en la foto. Fue a buscar una ocasión para alejarse de los problemas que tiene en España. Los que le persiguen -abucheos en el transcurso del desfile el Día de la Fiesta Nacional- y por los que le habrían preguntado los periodistas en el besamanos del Palacio Real si no hubiera dado la espantada pretextando que tenía que salir (de madrugada) hacia Egipto. La incomodidad en casa le lleva a poner distancia. Lo que no consigue hacer desaparecer es el aire de impostura y apariencias que impregnan muchas de sus acciones. Como asegurar que no tiene por costumbre felicitar a los galardonados con el Premio Nobel -para justificar su silencio en el caso de María Corina Machado- cuando hasta en siete ocasiones había felicitado a otros tantos ganadores. Mentiras y apariencias que forman parte de su famoso manual de supervivencia.