Publicado 30/04/2025 08:00

Fermín Bocos.- Roma, caput mundi

MADRID 30 Abr. (OTR/PRESS) -

El tiempo pasa y los siglos se suceden pero la Iglesia católica permanece unida a la imagen de eternidad que desde tiempo inmemorial se asocia con la ciudad de Roma. La ciudad transformada en multitud que el pasado sábado despidió con respeto los restos mortales del papa Francisco tras haber visto reunidos a los mandatarios de más de un centenar de países. Los poderosos del planeta en el universo de la política en representación de millones de personas -creyentes o no -que, con su presencia, reconocían la existencia del poder simbólico del Vaticano en el mundo.

Un poder que hunde su raíces en la historia como expresión de la tarea civilizatoria realizada por la Iglesia a la largo de los siglos y que, con luces y sombras, perdura basando su crédito en el relato que se desprende del mensaje evangélico. Que es perenne pero que, en cada papado, tiende a ser modulado por la personalidad de quien ocupa la Cátedra de Pedro. La clave de la permanencia en el tiempo de lo que simboliza y representa el Vaticano se debe al sabio ejercicio de síntesis con el que los sucesivos pontífices han administrado las diferencias que se dan en el seno de la Iglesia entre dos sectores recurrentes: conservadores y progresistas. Sectores que en algún papado han tenido al propio Sumo Pontífice como cabeza visible. Lo fue del sector conservador Juan Pablo II y lo ha sido del progresista el papa Francisco. El reino que se desprende del mensaje evangélico no es de este mundo pero quienes dirigen el Vaticano son hombres y, en ocasiones, la controversia alcanza niveles altos y la barca fluctúa pero no se hunde.

En ciertos aspectos del funcionamiento interno de la Iglesia todavía no han sido completadas todas las disposiciones que salieron del Concilio Vaticano II, porque los frenaron los sectores más tradicionales de la curia refractarios a los cambios y porque otros, tenidos por progresistas, en realidad adolecen de gatopardismo - es preciso que todo cambie para que todo siga igual. El resultado es una Iglesia en puertas de recibir a un nuevo papa de quien, venga de donde venga, ya sabemos lo esencial: sea conservador o progresista, en lo fundamental mantendrá la esencia del mensaje evangélico y de redención que ha hecho de la Iglesia católica una organización bimilenaria que ha conseguido atravesar los siglos adaptándose poco a poco a los cambios de las sociedades en las que viven los millones de ciudadanos que se proclaman católicos.

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