Publicado 12/04/2020 08:00

Fernando Jáuregui.- Pactos de La Moncloa. O de Génova. O de donde sean

MADRID, 12 Abr. (OTR/PRESS) -

Cualquiera que asistiese al asombroso espectáculo de circo romano el pasado Jueves Santo, día del amor fraterno, entre Gobierno y oposición en el Congreso tendrá una visión cabal de lo que cabe esperar de la política española. Si el debate se reduce, además de a los ataques de sal gorda de la increíble señora Lastra, a que unos califiquen la gestión propia, ante una desgracia planetaria, como la mejor del mundo, y los otros la señalen, en cambio, como la peor del mundo, es que no estamos en buenas manos. Bueno, pues eso es lo que logramos averiguar, por si no lo sabíamos, el pasado jueves. Esto, así, no funciona.

Yo no sé, a la vista de los zurriagazos que sacudió a la oposición en general y al PP de Pablo Casado en particular, si el deseo de llegar a una suerte de 'pactos de La Moncloa', o de donde sea, de Pedro Sánchez es sincero. Tampoco si Pablo Casado, indignado --y lo entiendo-- por la simpleza y agresividad mal educada de la portavoz socialista, es sincero cuando rehuye, en estas condiciones, cualquier pacto, repitiendo el error de no haber apoyado la investidura de Sánchez a cambio de evitar la actual coalición con Unidas Podemos.

La verdad es a estas alturas importa poco si los dos principales políticos de este país albergan un mayor o menor grado de sinceridad y del grado de simpatía mutua que sientan. Lo cierto es que las cosas no se están, obviamente, haciendo bien, que en ningún país europeo, excepto en la Hungría de Orban, se está dando la campanada lamentable como en España y que la tendencia en Europa es más bien hacia la conciliación, el pacto por la ayuda --acaban de salvarnos la vida-- y el rechazo de los extremos populistas.

Y, así entendidas las cosas, resulta que necesitamos como el comer unos nuevos pactos de La Moncloa, o de donde sea, trasversales, en los que estemos seguros, por ejemplo, de que las genialidades unilaterales de Pablo Iglesias no serán tenidas en cuenta y que no nos van a 'colar' por la puerta de atrás nuevos favores políticos al señor vicepresidente del Gobierno.

Me da igual que la Historia los llame 'los pactos de Sánchez' o 'los pactos que Pablo Casado contribuyó a sacar adelante'. O los 'pactos de Iñigo Urkullu' que Esquerra Republicana de Catalunya rechazó. Yo quiero unos pactos en los que las autonomías tengan la voz que les corresponde, lo mismo que la patronal y los sindicatos, y en los que el peso del Ejecutivo y de estos políticos profesionales que tenemos sea exactamente el que deben tener, en lugar de ser la voluntad omnímoda de un solo hombre que ha acumulado, y se lo hemos permitido, más poder que nadie en este país desde la muerte de Franco.

Y, si Casado tiene que tragar sapos, pues que los trague. Y si Sánchez tiene que abandonar esa actitud prepotente, antipática, faltona y absolutista, de personaje además algo mentirosillo, que le viene caracterizando, pues que la abandone de una vez. Y si Pablo Iglesias tiene que permanecer en esa segunda fila que su ego absoluto no puede soportar, pues hala, a segunda fila. O al gallinero. Y de los populistas antieuropeos, ni hablo. A mí, ciudadano que paga impuestos y se cuece encerrado en su domicilio, lo que me importa es que han de consensuarse unos presupuestos y unos planteamientos económicos, sociales, legales, judiciales, que van a afectar a mis hijos y a mis nietos, puede que a nuestros biznietos: y con el futuro de las nuevas generaciones no puede jugar un señor como si hiciese solitarios. O como si jugase al tute del poder con su socio.

Quiero decir que me parece que no queda otro remedio que apoyar unos pactos que supongan la promesa de un nuevo Gobierno y, lo que es más importante, de una nueva forma de gobernar. Es lo que Casado, figura clave en estos momentos de la política nacional, debería exigir y garantizar que se cumple. Y, si Sánchez, en el encuentro que mantendrá la semana próxima con el líder de la oposición, rechaza este planteamiento, entonces sabremos a quién culpar en exclusiva de las catástrofes que vengan. Y a quién, o a quiénes, culparán nuestros hijos. Y la Historia.