MADRID 8 Dic. (OTR/PRESS) -
La presidenta del Congreso, Francina Armengol, que sin duda tantas críticas merece por su conducción sesgada de la Cámara Baja, abrió un interesante campo de experiencias en su discurso de este sábado, conmemorando el aniversario de la Constitución. Curioso lo poco que se ha destacado su propuesta de abrir la Constitución a "nuevos derechos, nuevas libertades". "Podemos", dijo, "hacer (de la Constitución) un texto del siglo XXI, entre otras cosas adecuándola a la diversa realidad territorial". O sea, un reconocimiento en toda regla, desde la presidencia del Legislativo, nada menos, de que la Carta Magna se nos ha quedado varada en el Siglo XX.
Nadie, ni en el partido de la señora Armengol, el PSOE, ni en el de la oposición -casi todos los demás estaban ausentes de la celebración: la Carta Magna les importa poco--, ha respondido a esta propuesta, casi revolucionaria: reformar a fondo la Constitución. Esa, ni más ni menos, era la sugerencia lanzada por quien, tras los reyes, la Princesa de Asturias y el presidente del Gobierno, ocupa el quinto lugar en el orden de precedencia del Estado español.
He aguardado unas horas, a la espera de reacciones, antes de escribir esta crónica. El silencio ante esta propuesta de calado, mientras la política española sigue girando en torno a lo anecdótico y embebida en el primero de una serie de procesos electorales que nos aguardan, esta vez en Extremadura, muestra hasta qué punto seguimos viviendo oficialmente en lo coyuntural, lo inmediato. Con la vista puesta exclusivamente en el horizonte de 2027 y desdeñando la construcción de país, de esa futura 'España de Leonor I', a medio y largo plazo.
Cada año, últimamente, las declaraciones institucionales con motivo del Día de la Constitución tocan, de pasada, el espinoso tema de la reforma del texto de la ley fundamental; y, cada año, esas alusiones, mucho menos directas que en esta ocasión, caen en el silencio de una clase política que claramente tiene miedo a esa reforma. Que es, lo dicen siempre "abrir un melón peligroso", refiriéndose a que no conviene ni siquiera rozar cualquier cuestión referente a la forma del Estado, es decir, a la Monarquía.
Me costaría creer que la alusión de la señora Armengol a cualquier modificación en la Carta Magna -no solo en el Título referente a las autonomías, el VIII- no haya sido previamente consensuada con el presidente del Gobierno, que es quien precede a la presidenta del Congreso, tras los reyes y la heredera, en el protocolo del Estado. Estoy convencido de que, en su carrera por la supervivencia y en su afán por demostrar que, pese a todos los Abalos, Koldos, esposas y hermanos, o salazares, él, Pedro Sánchez, sigue gobernando, el presidente del Gobierno sacará en algún momento otro nuevo conejo de la gastada chistera: la reforma de la Constitución.
Lo que ocurre es que, ante de abordar este tema, Sánchez tendrá que propiciar un acercamiento al principal partido de la oposición, el PP, al que ahora no se cansa de zaherir con tópicas acusaciones, como que los 'populares', aliados -aunque no lo estén realmente, al menos aún-con Vox, son "los herederos de Franco". Estuve en la 'fiesta constitucional' este sábado en el Congreso y en ningún momento ví que Sánchez y Feijoo se saludasen, siquiera por una mínima cortesía (tal vez sí ocurrió, pero yo no lo ví). Así, con este alejamiento y mal clima entre los dos principales partidos nacionales, no hay, señora Francino, manera de reformar ley ninguna, y la Constitución menos que ninguna. Y si está usted esperando una reacción favorable de los nacionalistas ante la alusión que usted hizo a "adecuarla (la Constitución, claro) a la diversidad territorial" del país, va usted apañada: los nacionalistas están tan lejos de nuestra ley fundamental como del Congreso de los Diputados en el día de la Constitución.
Pero, en fin, eso no quita para que subrayemos la importancia de que, en un acto institucional tan destacado, la figura que, merecida o inmerecidamente, encarna el quinto puesto del Estado, hable tan claramente de la necesaria reforma de nuestro texto fundamental, que tantas veces hemos proclamado tantos que se nos está quedando, así, obsoleto. Y eso, digan lo que digan los partidarios de la intangibilidad, no es nada bueno para una democracia.