MADRID, 7 Dic. (OTR/PRESS) -
El Gobierno ha vuelto a pulverizar cualquier previsión presupuestaria. Solo en el mes de octubre, el Ejecutivo ha gastado más de 30.000 millones de euros mediante ampliaciones de crédito de los Presupuestos de 2023, los últimos que logró presentar y aprobar. Un procedimiento excepcional convertido ya en rutina, que permite al Gobierno seguir disponiendo de fondos públicos sin el escrutinio parlamentario y, por tanto, sin el debate democrático que debería acompañar a cada euro adicional comprometido. Esta maquinaria de gasto acelerado ha elevado la cifra total de desembolsos en los diez primeros meses del año hasta 73.151 millones de euros. Mientras tanto, por el lado de los ingresos, Hacienda ha recaudado 86.000 millones en impuestos directos entre enero y octubre, una cifra récord que muchos contribuyentes perciben como un auténtico saqueo fiscal.
El desequilibrio entre la presión fiscal creciente y la realidad económica de los ciudadanos es cada vez más evidente. Más del 40% de los contribuyentes declara rentas inferiores al Salario Mínimo Interprofesional, actualmente fijado en 1.184 euros brutos mensuales en 14 pagas. Con semejante escenario, la insistencia del Gobierno en repetir que España "va como un cohete" suena cada día más desconectada de la vida real. Además, ya son 2,4 millones los perceptores del Ingreso Mínimo Vital y que el número de desempleados supera, sin maquillajes, los 3,5 millones.
De lo que no hay duda es de que cada Consejo de Ministros se ha convertido en una suerte de tómbola presupuestaria donde se reparten millones sin un criterio claro y, en ocasiones, sin una justificación sólida de interés nacional. El ejemplo más llamativo son los 228 millones aprobados para el metro de El Cairo, una decisión difícil de explicar mientras España arrastra déficits estructurales en infraestructuras, educación, sanidad y vivienda. Todas estas cifras dibujan un panorama inquietante: un Estado que gasta sin control, recauda como nunca y gobierna con una alegría presupuestaria que contrasta de forma dolorosa con las dificultades cotidianas de millones de ciudadanos. El verdadero escándalo no es solo la magnitud del dinero gastado, sino la ausencia de un debate riguroso sobre hacia dónde va el país y quién pagará la factura de este dispendio sin precedentes.