MADRID 15 Nov. (OTR/PRESS) -
Jamás criticaré que un presidente del Gobierno viaje al extranjero. A Pedro Sánchez le han criticado, quienes todo se lo critican, que haya dado varias veces la vuelta al mundo en sus cuatro años y medio en el poder. Habrá habido desplazamientos más o menos (como el último a África, donde llegó al extremo de confundir Kenia con Senegal) interesantes o justificables.
Pero llevar la voz oficial de España a todos los rincones siempre es positivo. Si es en una 'cumbre' del G-20 en el paraíso de Bali, aún más. Porque el mundo está cambiando demasiado rápidamente y nuestro país, invitado permanente a las reuniones del club de las naciones más influyentes y ricas, aunque no sea parte formalmente del selecto club, no puede quedar al margen, sino todo lo contrario.
A Sánchez, lo he dicho muchas veces, le ocurre lo mismo que de lo que Gorbachov se quejaba ante Felipe González, y yo fui testigo presencial de ello: se dolía de ser odiado en su país y, en cambio, admirado fuera de Rusia. Que no digo yo que Sánchez sea odiado unánimemente en España, porque los sondeos le conceden entre seis y siete millones de votantes 'convencidos'; pero sí digo que abre demasiadas carpetas peligrosas al tiempo y alguna de ellas acabará estallándole, no sé si la reforma del Código Penal en cuanto a la sedición (¿y a la malversación?), el oscurantismo en el reparto de fondos europeos o ese desdén olímpico, y un poco insultante, que muestra cuando se refiere a la oposición, incluyendo la mediática o la empresarial.
Pero, en fin, pelillos a la mar: en Bali no se habla de nada de eso y sí de si alguien como Trump anunciará este martes que concurre a las elecciones (frente a Biden, que sí está en el G-20) en 2024 o de las complejas relaciones norte-sur, evitando muy cuidadosamente incidir en la invasión de Ucrania por Putin, ausente pero representado por su marmóreo ministro de exteriores, Lavrov. El encuentro entre Biden y Xi Jinping va a dar no poco que hablar y es un signo del cambio de estos tiempos que nos ha tocado vivir. ¿Taiwan? No creo que sea el gran obstáculo para un entendimiento; ya veremos. Me parece que lo que ahora se impone en el recalentado planeta es más bien la búsqueda de pactos que lo contrario: por eso, me parece, el tratar de no irritar la demencia de Putin.
Pero, por no internarme en terrenos que otros cubren mucho mejor 'in situ' (qué envidia profesional hacia los que sí han viajado a Bali y luego a Corea acompañando al presidente), me quedo en el paralelismo indeseable: la España ombliguista o, mejor, las Españas, se centra en polémicas menores, como que si el indulto o no a Griñán, o si la señora Maroto es o no buena candidata, y se distancia de un proceso de cambio en el orbe. Por eso me parece significativo que Sánchez se encuentre con Narenda Modi, el primer ministro de la nación que más encarna hoy ese cambio, la India, y de la que los españoles, en general, lo ignoramos, ay, casi todo.
Uno comprende, por lo demás, que exista un cierto afán escapista por parte del presidente del Gobierno. Desde arriba, en el Falcon, los problemas domésticos parecen menos: ya habrá tiempo de debatir sobre, por ejemplo, la malversación y los efectos que puede provocar en la trayectoria penal de algunos/as. Y tantas otras cosas temporalmente aparcadas. Hoy, en este cuarto de hora, desde la altura de las 'cumbres', todo se ve mucho más pequeño. Lo duro siempre es el retorno.