Publicado 21/10/2019 08:00

Francisco Muro de Iscar.- Refugio de esperanza en Palabek

MADRID, 21 Oct. (OTR/PRESS) -

Hasta hace unos días ignoraba dónde está y qué es Palabek, un lugar perdido en Uganda, frontera con Sudán del Sur, un país creado en 2011, el más joven del mundo, pero también una nación víctima de una terrible guerra civil que ya ha causado la muerte de 320.000 personas y ha desplazado a otros países a más de 2,5 millones de ciudadanos. En Palabek, el último asentamiento abierto para personas refugiadas, Uganda ha acogido ya a más de 40.000 personas, la cuarta parte de su capacidad, que huyen de la violencia y de la muerte. Uganda, tierra generosa donde no hace mucho sucedía lo que pasa hoy en Sudán del Sur, tiene otros veinte campos similares y ha acogido diez veces más refugiados que los que recibe España. Comparativamente, Uganda acoge más refugiados que toda Europa, esta Europa nuestra que se queja y pone todas las barreras posibles para que no vengan quienes huyen de la guerra, de las violaciones, de los abusos de todo tipo, de la desesperación absoluta.

En ese campo de refugiados de cuatrocientos kilómetros cuadrados en pleno desierto, donde no había nada, malviven esas personas, mujeres y niños o adolescentes huérfanos en su inmensa mayoría, que son iguales que nosotros, con los mismos derechos, pero con esperanzas diferentes. Ellos solo piensan en curar las heridas después de la guerra, en sobrevivir y encontrar una puerta al futuro. Allí, en Palabek, las misiones salesianas han construido escuelas, centros de formación profesional talleres de agricultura, construcción, mecánica de motos, sastrería y peluquería. Se trata de educar, formar, preparar para poder tener un futuro digno. Cuando llegó allí uno de esos misioneros salesianos, el padre Uba --Ubaldino Andrade-- preguntó dónde estaba "la casa de los padres". Y le dijeron que los misioneros no tenían casa. Comían en una, dormían en otra cada día... "Ese día, dice Uba con una sonrisa que nunca se borra, descubrí que yo era un refugiado como ellos. Y ellos me acogieron en sus casas y me dieron comida y calor, compartieron todo lo que tenían conmigo". Vivir en Palabek es duro y difícil. Ahora, gracias a estos salesianos, tienen la esperanza de que un día el campo de refugiados solo será un recuerdo. Y si pueden, volverán a su país, bien formados.

Casi 71 millones de personas se han visto obligadas en 2018 a dejar sus hogares por causa de la guerra, la violencia, el hambre o los desastres naturales. De esa cifra, 30 millones viven como refugiados en otros países, en riesgo de trata, de explotación o de marginación. Cada día, 370.000 personas en el mundo son condenadas a un exilio que no desean, adquieren ese 'título' de refugiados, lleno de incertidumbre y de peligros, a pesar de lo cual, muchos de ellos son capaces de salir adelante, con escasas ayudas. Como decía el Papa Francisco, no se trata sólo de cuestiones sociales ni de inmigrantes. Se trata de personas, un símbolo hoy de todos los que están marginados o apartados. No se trata de refugiados. Se trata de nosotros mismos, de quiénes somos o de quiénes queremos ser, de la sociedad que estamos construyendo, de qué valores transmitimos a nuestros hijos. Este domingo pasado celebrábamos el Domund, el Día de las misiones. Hay 11.000 misioneros españoles en todos los lugares del mundo. Y como dice uno de ellos, Juanjo Aguirre, "cuando todos se marchan ante situaciones difíciles, la última que paga la luz es la Iglesia Católica". Como en Palabek.

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