Actualizado 25/11/2016 16:53

Tribuna.- María Redondo.- "Haciendo un mundo mejor"

María Redondo
DANIEL LOSADA

   MADRID, 25 Nov. (OTR/PRESS) - Por María Redondo

   Hay lugares que todo el mundo conoce, aunque no los hayas visitado nunca. Salen en películas, están en los medios o alguna vez han sido noticia. Si hablamos de Nueva York o del desierto de Atacama una imagen en nuestro cerebro nos permite situar la conversación en un contexto geográfico. Pero hay otros destinos de los que nadie habla, lugares escondidos donde hay vidas que se desarrollan lejos del conocimiento de todos, en unas condiciones a veces inimaginables. Así son Arkaria, Eluwai o Lendikinya; aldeas situadas en un punto del mapa donde no llega la luz eléctrica, ni el agua potable, ni el interés de la gente.

   Pero el destino conduce a ciertas personas a desembocar en estos lugares remotos y a veces, incluso, con la descabalada idea de quedarse. Así le ocurrió a María Ángeles Carpio Pérez, una salmantina que tras un viaje casual a África decidió romper con su estilo de vida "tradicional" (un trabajo acomodado en Londres, una casa, sus amigos, su familia*) para preocuparse de aquellos de los que nadie se ocupa.

   María desembocó en Tanzania en 2009 con ganas de sentirse útil y de cambiar el mundo. El primer año fue duro: una mujer blanca en una tierra de negros. Sola, en una sociedad machista, donde muchos de los que inicialmente le brindaban su apoyo resultaron tener intereses muy diferentes a los suyos. La engañaron, la robaron y quebrantaron sus ánimos hasta hacerla creer que, aquellos que le decían que estaba loca por querer darle ese giro a su vida, tenían razón.

   Pero cuando estaba a punto de regresar a España conoció a alguien comprometido como ella que luchaba por los mismos ideales, aunque con un origen muy distinto: Mibaku, un joven maasai sin recursos, que había sufrido el hambre y la pobreza en primera persona y que trabajaba por cambiar las circunstancias de niños que, como él, estaban abocados a mendigar y a ser la parte de esa historia que nadie cuenta, que nadie ve porque nunca aparece en la televisión salvo que suceda una catástrofe monumental. No se entiende que el día a día es una lucha desesperada por sobrevivir sin necesidad de que un terremoto o un tsunami hayan agravado su vida.

   Mibaku fue la excusa que necesitaba para poder continuar con su sueño. No tenían más medios que sus ganas de hacer las cosas, su corazón y su complicidad. María creó la Fundación Carpio Pérez y Mibaku dirigía su equivalente local, la ONG Eretore que en maa significa "ayuda".

   Desde el principio se centraron en las viudas, que pierden todos sus derechos y propiedades cuando fallece el marido, y en sus hijos, que desde muy pequeños emplean gran parte del día en conseguir leña, pastorear el ganado o recorrer kilómetros para ir a buscar agua. Dos eran los objetivos fundamentales, el empoderamiento de las mujeres (frágiles, desprotegidas) y la educación de los niños, única garantía de poder ofrecerles un futuro mejor.

   Por muy inverosímil que parezca, con apenas unas cuantas donaciones y algunas ayudas, María y Mibaku están cambiando ese trocito de mundo. Han logrado organizar a las mujeres para que la comunidad les escuche y les reconozcan sus derechos, les han donado cabras que les permiten dar leche a sus hijos (incluso obtener recursos con la venta de los cabritillos), burros que permiten a las más ancianas cargar leña durante kilómetros aliviando sus espaldas y les han enseñado una forma de ganarse la vida con la elaboración de artesanía maasai, que María vende en Europa a través de La Masai Blanca.

   Su proyecto más ambicioso es la creación del colegio Eretore que en el año 2012 abrió sus dos aulas de guardería. La posibilidad de acercar la educación a más de 100 niños es un logro que va más allá del grandísimo avance que supone enseñarles a leer o a escribir, los niños aprenden suajili e inglés, lenguas oficiales del país, reciben vacunas, una comida al día en el comedor del colegio y beben agua potable antes de entrar en las clases.

   Este año se inauguró el aula de primaria, que permite continuar con la enseñanza de los niños que de otra manera abandonarían la escuela para volver al campo. Cada vez que se abren las listas para un nuevo curso, son más largas las colas de niños que quieren ir a Eretore.

   Esta joven blanca ha logrado convencer a los maasai de que pueden mantener sus costumbres adaptándose a los cambios que les permitan mejorar sus condiciones de vida, y han entendido que la educación de sus hijos es el primer paso para hacerlo.

   Aún quedan muchas viudas sin cabra, en el colegio queda mucho por hacer (cinco aulas más, una biblioteca y un aula de administración) y otros muchos proyectos en marcha a falta de encontrar financiación. Pero a pesar de las dificultades con las que cada día se encuentran, en un país en el que nada es sencillo, María y Mibaku son un claro ejemplo de que la voluntad puede mover las montañas.

   Cuantas más personas se sumen a su sueño, habrá menos niños con pesadillas. Cuantas más personas ayuden a financiar sus proyectos, el mundo será más justo. Todo llega. Nada se queda en el camino. Desde aportaciones mensuales a puntuales. Desde regalar una cabra, un pupitre o una ventana para el colegio. Hay mil maneras de ayudar y de participar en un proyecto que trata de elevar el infierno y subirlo al cielo; o al menos, al firmamento de la esperanza. Tener una oportunidad y una vida digna. No es mucho pedir ¿o sí?

   María Redondo es Licenciada en Administración y Dirección de Empresas. Trabaja como Subdirectora de la Escuela de Formación de la Fundación de Estudios Financieros y es Voluntaria de la Fundación Carpio Pérez desde el año 2013.