MADRID, 15 Jun. (EUROPA PRESS - Israel Arias) -
Todo lo que se puede esperar de una película de Wes Anderson... y un poco más. Eso es lo que ofrece Moonrise Kingdom, una fábula genial con la que el autor de Viaje a Darjeeling y Fantástico Mr. Fox perfecciona su peculiar y lúcida manera de entender el Séptimo Arte.
Anderson ubica su fantástica criatura en un tiempo (final del verano de 1965) y en un espacio (una pequeña isla de la costa de Nueva Inglaterra) concretos para relatar una deliciosa y mágica historia de amor preadolescente. Él es Sam (Jared Gilman), un huérfano inadaptado que sueña con escapar de la incomprensión de los niños y mayores que le rodean. Ella es Suzy (Kara Hayward), la mayor de tres hermanos atrapada en una familia a la que ni entiende ni pretende entender y de la que intenta evadirse mirando al infinito través de sus inseparables prismáticos.
El encuentro casual meses antes entre estas dos almas gemelas y torturadas, unidos a los conocimientos que Sam ha adquirido en el campamento de los Boy Scouts caqui, desemboca en un plan para huir juntos al final del verano. Un viaje con un único destino: estar el uno con el otro lejos de todo y de todos.
Una fuga que desatará una auténtica tormenta, figurada y literal, en su diminuto y pintoresco pueblo agitando a los habitantes de la pequeña isla de New Penzance hasta dejar al descubierto algunos de sus secretos y muchas de sus vergüenzas.
Bruce Willis, Edward Norton, Bill Murray, Frances McDormand, Tilda Swinton, Harvey Keitel, Bob Balaban o Jason Schwartzman forman el elenco de lujo (adulto) de Moonrise Kingdom. Algunos son reincidentes -y otros incluso recurrentes- en el personalísimo y particular universo de Anderson. Un animalario de personajes de fábula que van desfilando y poniendo patas arriba la isla hasta convertirla en una suerte de País de las Maravillas tan artificiosamente genial, como extremadamente disfuncional.
AVISO PARA NAVEGANTES
En el debe de Moonrise Kingdom podemos apuntar un par de taras menores. La primera, más que un déficit, es una advertencia para quienes vayan al cine esperando un refrito de Mi Chica, El Lago Azul y Los albóndigas en remojo con estética sesentera. A quien no esté mínimamente familiarizado con los códigos y el singular el estilo de del director de Los Tenenbaums le puede resultar algo difícil entrar en la historia y dejarse llevar por su magia. Y sería una verdadera lástima.
Por otro lado, y en relación a sus seis filmes precedentes, puede que también se eche en falta que en el guión que firma con Roman Coppola, Anderson saque un poco más a pasear el punzante y ácido bisturí que esgrimió antaño. Lo dosifica en favor de una cara más entrañable, más amable... que no ñoña.
Un sacrificio perfectamente asumible a la hora de alumbrar este luminoso y a ratos relampagueante alegato cinematográfico en favor de la pureza y verdad del primer amor. Ese que -dicen por ahí- que nunca se olvida.
