MADRID 22 Mar. (EUROPA PRESS - Israel Arias) -
Aterriza en los cines The Host, la adaptación cinematográfica de la nueva criatura literaria de Stephenie Meyer, la madre del fenómeno Crepúsculo. Y en el paso de vampiros y licántropos a parásitos alienígenas... la cosa no ha mejorado mucho.
Después de conseguir el triángulo amoroso formado por un chupasangres luminoso, una lánguida joven y un licántropo ciclado se convirtiera en el folletín más seguido en medio mundo, Meyer se lanza a la ciencia ficción interestelar. Lo hace esgrimiendo las mismas armas: pasiones adolescentes presuntamente imposibles envueltas en un contexto fantástico.
La trama de The Host nos traslada hasta un futuro no muy lejano en el que la Tierra ha sido conquistada por una especie de parásitos alienígenas. Estos extraterrestres son gráciles pelusas -luminosas, cómo no- que se apoderan de la mente de su huésped respetando totalmente su cuerpo.
De hecho, estos aliens que en su ideario tiene más que ver que ver con los osos amorosos que con los xenomorfos que exterminaba Ripley, colonizan la Tierra para librarla de la violencia y barbarie de la especie humana. No es de extrañar que tales criaturas reciban el nombre de "almas". Ahí es nada.
El único rastro externo que dejan estos aliens amedusados es un sutil brillo en la mirada. Así se diferencia a los invasores de los pocos humanos que conservan su libertad. Ellos forman la resistencia, perseguida por cielo y tierra por Los Buscadores extraterrestres. Y una de estos insurgentes es Melanie, una joven que, para no poner en peligro a su hermano pequeño ni al joven al que ama, Jared, cae en manos de estos sofisticados parásitos interestelares.
Wanderer es la huésped llamada a ocupar el cuerpo de Melanie. La pelusa pronto se dará cuenta de que la mente de la humana que intenta ocupar se resiste a ser dominada y a revelar cualquier dato que pueda conducir a los sofisticados, pero algo torpes, buscadores hasta la guarida de la resistencia.
Tal es la fuerza mental y el coraje de Melanie, nuestra heroína, que incluso doblegará la voluntad del parásito y le hará sentir todo lo que ella siente, incluido su amor por Jared. Pero Wanderer también tiene sus propios sentimientos, y no todos son de repulsión hacia los humanos destinados a servir a su especie de continente...
Y es que si en Crepúsculo comprobamos que de alimentarse de otra especie no es óbice ni impedimento para enamorarte de ella, ser un parásito no iba a ser un obstáculo para amar locamente al colonizado. En el mundo de Meyer el amor todo lo puede.
¿DÓNDE ESTÁ NICCOL?
Y con estos mimbres aceptó hacer la cesta Andrew Niccol, que se esfuerza en cuidar el envoltorio pero es incapaz de dejar entrever ni una pizca del talento que el guionista de 'El show de Truman' apuntó en la ya muy lejana 'Gattaca'. Al igual que le ocurriera en 'In Time', el cineasta neozelandés es incapaz de aprovechar una premisa, si no muy original al menos si jugosa, para trazar un producto mínimamente aceptable.
El descalabro en 'The Host' es mucho más estrepitoso. En esta ocasión Niccol tiene una coartada -que no una excusa absolutoria-. Su criatura es deudora del libro al que, irremediablemente, debe fidelidad. Hubiera sido muy de agradecer que se hubiera ganado la enemistad de Meyer ahorrándonos unas cuantas dosis de esa pasión adolescente (interestelar o vampírica) en la que tanto le gusta revolcarse a la autora de Crepúsculo. Pero lo que le dieron era esto... y esto nos devuelve.
En el trance de interpretar la suerte de posesión alienígena que sufre la protagonista, despierta cierto sentimiento de compasión -amén de involuntarias risas- ver cómo Saoirse Ronan mantiene consigo misma diálogos propios del consultorio de la Super Pop.
Un trago a lo Gollum de Tolkien presuntamente necesario para que la joven nominada al Óscar por 'Expiación' pueda enfrentarse a lo que vendrá después: bochornosos momentos de pulsiones adolescentes "a tres cuerpos y cuatro voces". La frase no es mía. Que conste.
Casi todo es un despropósito en este mejunje ñoño, kitsch, hiperedulcorado y sonrojante de La invasión de los ladrones de cuerpos. Un desatino solo disfrutable por un público muy concreto que, de nuevo, amenaza con convertirse en trilogía. Que nos invadan los extraterrestres, lo tenemos merecido.