El canapero ibérico

Europa Press Sociedad
Actualizado: lunes, 16 junio 2008 14:04

A esa hora de la tarde, cuando la Castellana se atasca y al centro de Madrid se le pone cara de inquietudes culturales, reaparece todos los días el legendario y voraz "canapero". Pariente lejano de pícaros y buscones, el canapero madrileño es un cazador urbano, una subespecie de la familia de los grandes depredadores ibéricos. Su hábitat y territorio de caza son las presentaciones, las inauguraciones, cualquier "sarao" político, social o cultural, donde después se sirva un cóctel. Aunque hay ejemplares solitarios, el canapero prefiere la manada, cazar en grupo. Como en aquellos documentales de Félix Rodríguez de la Fuente, cuando la bandada de lobos atacaba a su presa, los canaperos también cortan el paso, rodean al camarero y, finalmente, con movimientos ágiles y certeros, asaltan y atacan hasta dejarla limpia, la bandeja del jamón o la tortilla.

El canapero no come, devora. Al igual que el Lazarillo del Tormes en el célebre episodio del ciego y las uvas, rapiña a dos manos y engulle a varios carrillos. Parece un enfermo compulsivo de bulimia: traga, embucha y apenas mastica, pendiente no de degustar y saborear el bocado, sino de dejar rápidamente libre y expedita la boca, para el siguiente asalto a la bandeja del pescaito frito o las croquetas. Salvo excepciones, casi siempre son ejemplares adultos, machos viejos y señoras gastadas, tanto como su vestuario, que vocea a la vista su fatiga de cócteles y lavados.

Abunda la raza autóctona, pero también hay especímenes foráneos, "triperos" y "gorrones", venidos del otro lado del charco. Como los españoles, son feroces y descarados en el abordaje a la bandeja, pero se distinguen por esa natural y agotadora verborrea tan propia de algunas naciones hermanas de Iberoamérica. La subespecie es omnívora. Lo prueban todo. Atacan por igual el pincho de tortilla, el plato de sushi o la tabla de ahumados; pero su vicio, su delirio, es el jamón. Yo he visto escenas de auténtico enajenamiento, disputados combates, despiadados torneos, en los que agresivas manos y belicosos dedos luchan y compiten centímetro a centímetro por alcanzar, por llegar primeros a esa la última y huérfana loncha de jamón ibérico que aún se resiste a caer prisionera en la atalaya de la bandeja del camarero.

Todo es misterio en las artes del "canapero". Las acreditaciones de medios de comunicación exóticos que utilizan para franquear las puertas, las motivaciones y sobre todo sus eficaces métodos de información para detectar qué libro, qué rueda de prensa o qué exposición irá seguida de un convite. Nadie sabe si se comunican y convocan con mensajes de móvil o como los lobos, recurren a los aullidos. Tampoco se ha diagnosticado con precisión si el canapero, como el cleptómano es un enfermo, empujado instintiva e irracionalmente a tomar objetos o alimentos, o la clase media de los mendigos, que recurren a esta forma de beneficencia , para ahorrarse la cena, con las migajas que cada tarde, a partir de las ocho, se caen desde las veneradas, refinadas, exclusivas y subvencionadas mesas donde pace el exquisito mundo de la cultura.

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