"Cultivar para la despensa o para la gasolinera". Por José Antonio Hernández de Toro, portavoz de IO para Agricultura

José Antonio Hernández de Toro
Intermón Oxfam
Europa Press Sociedad
Actualizado: jueves, 26 junio 2008 15:08

Ha estado avanzando de manera sigilosa durante meses --pese a que muchas de sus causas estructurales han tardado años en enconarse-- y súbitamente nos hallamos en una crisis alimentaria global. Los precios de los alimentos han subido un 83% desde 2005 afectando nuestros bolsillos, pero para las millones de familias que gastan hasta el 80% de sus ingresos en comida, esta subida es una auténtica catástrofe. Más de 290 millones de personas están enfrentándose a una nueva e inmediata amenaza, que en el este de África toma la forma de hambruna masiva. Nadie en el planeta está a salvo de la subida de precios de los alimentos.

El aumento del precio del petróleo, el crecimiento del uso de los biocombustibles, las tasas de cambio y la demanda creciente de cereales y carne en los países emergentes parecen ser los responsables de la situación, pero los países ricos deberían tener mucho cuidado de buscar culpables por todas partes sin revisar antes sus propias políticas.

La demanda de alimentos en China se ha multiplicado, aunque no súbitamente: ha crecido de manera sostenida un 1'7% anual durante dos décadas. Que aumente y mejore la dieta en China e India es, sobre todo, una excelente noticia para el desarrollo, no la culpable del aumento de los precios. De hecho, si se tiene en cuenta que los consumos per cápita de cereales o carne en Europa o los EEUU triplican los de China, difícilmente se puede acusar de voracidad a su población. Hay más factores, como el cambio climático y el olvido de la agricultura que han provocado el estancamiento de la producción, y que también han entrado en juego para aumentar los precios.

El petróleo se ha disparado hasta los 135 dólares el barril, por la debilidad del dólar, el aumento de la demanda, los problemas de oferta y la especulación. La agricultura moderna utiliza este carísimo petróleo de manera masiva, en fertilizantes, pesticidas, maquinaria, riego, transporte, plásticos.

La agroindustria utiliza hasta 50 veces más energía que los métodos tradicionales, necesitando hasta seis barriles de petróleo para llevar una vaca al mercado. Por contra, los 400 millones de pequeños agricultores son en general más eficientes que las grandes explotaciones. Hoy, los sistemas de producción intensiva son muy ineficientes, necesitando 10 calorías de energía proveniente del petróleo para producir cada caloría de comida.

El Banco Mundial considera que el impulso de los biocombustibles, especialmente el aumento de la producción de etanol proveniente de maíz en EEUU, ha tenido una importante responsabilidad en el incremento de los precios de la comida. EEUU y la UE miran hacia los biocombustibles como una alternativa al petróleo: una nueva fuente segura de energía para el transporte que permitiría combatir el cambio climático. Pero los biocombustibles no van a reducir las emisiones ni a reducir la dependencia del petróleo porque nuestro consumo de gasolina y diesel están desbocados.

Por el contrario, los biocombustibles están empeorando la crisis de los alimentos porque compiten con éstos por la tierra. Si el precio de un cultivo para combustibles --por ejemplo, maíz-- supera el precio de ese cultivo como alimento, entonces será vendido para biocombustible. Eso está sucediendo, mientras que las reservas de cereales se encuentran en sus niveles más bajos en años.

Para empeorar las cosas aún más, EEUU y la UE están estableciendo metas de consumo mínimo de biocombustibles e inyectando enormes subsidios en el sector, creando un círculo vicioso. El FMI señala que los biocombustibles son responsables de un 30% del incremento de los precios de los alimentos. Los estudios científicos demuestran que los biocombustibles de primera generación están, de hecho, aumentando las emisiones de CO2. Aunque los biocombustibles también pueden ofrecer a los más pobres la oportunidad de acceder a la energía (en Mali, por ejemplo, varios proyectos de bioenergía están suministrando a mujeres y hombres acceso a fuentes renovables de energía en zonas rurales), como punto principal para sustituir el uso del petróleo en los países ricos, los biocombustibles actuales, simplemente, no funcionan.

El mundo necesita que los países ricos corten rápida y drásticamente sus emisiones contaminantes y abandonen un modelo energético basado en los combustibles fósiles. Se necesitan también 14.500 millones de dólares para ayudar a las personas pobres afectada por la crisis de los alimentos y un incremento importante y duradero de las inversiones en promover el desarrollo rural y mejorar la agricultura de los pequeños campesinos. Además, son necesarios acuerdos comerciales verdaderamente orientados al desarrollo --no los borradores existentes en la OMC o los acuerdos que está negociando la UE con África--, para lo que serían necesarias profundas reformas de las políticas agrarias de la UE y los EEUU. Y por último, es necesario que la UE congele el establecimiento de nuevas metas de consumo de biocombustibles, como la que pretende multiplicar por 10 su antes de 2020.

Las causas que han coincidido en provocar la actual crisis de los alimentos ofrecen también una oportunidad de reformar en profundidad nuestros sistemas agrícolas y de producción de alimentos. Los países ricos y las instituciones globales han demostrado que son capaces de movilizar recursos cuando hay retos globales, como el billón de dólares inyectados para enfrentarse a la crisis financiera de los últimos meses. Es necesario un compromiso equivalente con los cientos de millones de personas pobres y vulnerables que no pueden permitirse comprar la comida que sus familias necesitan. El mundo está mirando y el tiempo avanza.

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