BANGKOK 20 Sep. (EP/AP) -
Cuando hace 18 meses el magnate Thaksin Shinawatra consiguió una aplastante victoria, nada parecía apuntar a que su caída sería tan dura, aunque no por ello menos previsible, después de los acontecimientos vividos en Tailandia en los últimos meses.
Lo cierto es que Thaksin, de 57 años, se había granjeado últimamente muchos enemigos. "Advertimos a Thaksin sobre esto hace mucho tiempo", indicó Suriyasai Katasila, portavoz del grupo anti-Thaksin Alianza del Pueblo para la Democracia. "Thaksin y el Gobierno simplemente afirmaban que ganaron las elecciones de forma aplastante, por lo que podían utilizar su poder como les viniera en gana", añadió.
Thaksin, que procede de una familia de comerciantes de seda y fue educado en Estados Unidos, llegó al poder en 2001 con un puñado de políticas populistas mientras Tailandia se recuperaba de una devastadora crisis económica, describiéndose a sí mismo como un nuevo tipo de político.
Pero incluso antes de asumir el cargo, ya estaba rodeado de controversias. Una semana antes de las elecciones de 2001, Thaksin fue acusado de ocultar bienes en su imperio de telecomunicaciones transfiriendo acciones a sus familiares, su chófer, criada y otras personas de su entorno. De hecho, en un momento dado dos de sus criados figuraban entre los diez principales accionistas del mercado bursátil de Tailandia.
Pese a estos hechos, Thaksin se ganó a los electores acusando al entonces primer ministro Chuan Leekpai de no hacer una buena gestión de la economía y de no atender a los pobres. Con este discurso, se ganó a los habitantes de las zonas rurales. Sin embargo, su popularidad en el campo se vio disminuida por su creciente impopularidad en las ciudades, donde activistas e intelectuales le acusaban de ser un autócrata, de no respetar los Derechos Humanos y de no separar sus negocios privados de la política.
Las críticas aumentaron tras su guerra contra los estupefacientes en 2003 que dejó 2.300 muertos en tres meses. Además, fue acusado de una mala gestión de la insurgencia en las provincias del sur, predominantemente musulmanas, tras imponer el estado de emergencia que llevó a abusos de los derechos fundamentales y que no puso fin a la violencia que desde enero de 2004 se ha cobrado 1.700 víctimas.
Pese a todo, su partido, el Thai Rak Thai ganó 377 de los 500 escaños de la Cámara de Representantes en 2005 y le propició su reelección. A partir de entonces, su argumento contra sus detractores era que contaba con el respaldo de 19 millones de votantes, lo que impidió que las manifestaciones en su contra fuera cada vez más frecuentes en Bangkok.
AUMENTAN LAS CRITICAS
Pero fue en enero pasado cuando las críticas alcanzaron su punto álgido, después de que la familia de Thaksin vendió su parte en la empresa Shin a una compañía de Singapur sin que se pagara ningún impuesto por la transacción. Este suceso atrajo para la causa anti-Thansin a la clase media, los estudiantes y muchos empresarios, provocando protestas callejeras en las que se llegaban a congregar hasta 100.000 personas para reclamar su renuncia. De hecho, para hoy estaba prevista una de estas protestas.
Thaksin respondió disolviendo el Parlamento en febrero y convocando elecciones anticipadas para acabar con las protestas, pero los partidos de la oposición las boicotearon y millones de electores marcaron la casilla de la abstención como protesta contra el primer ministro.
Los resultados electorales de los comicios de abril fueron postiormente invalidados por los tribunales, obligando a la convocatoria de nuevos comicios, que se iban a celebrar el 15 de octubre. Thaksin inicialmente dijo que dimitiría para aliviar la crisis pero en las últimas semanas ha estado actuando como un político en campaña electoral. Ayer, la noticia del golpe de Estado le sorprendió en Nueva York, donde iba a dirigirse a la Asamblea General de la ONU.