Yaka Souh Ibrahim, 26 años, fué forzada a huir con su marido por Boko Haram
PABLO TOSCO/OXFAM INTERMÓN
 
Actualizado: viernes, 29 diciembre 2017 10:54

MADRID, 29 Dic. (Por Amélie Gauthier, del equipo humanitario de Oxfam Intermón) -

En 2018, el mundo probablemente no sea un lugar mejor para millones de personas. Para ser sinceros, será bastante peor: según Naciones Unidas, 135 millones de personas necesitarán asistencia y protección humanitaria y solo 91 millones o dos tercios de ellas recibirán esa ayuda.

Más de 65 millones personas han tenido que huir de sus casas, la mayoría de ellas debido a conflictos, violencia, inseguridad y catástrofes naturales que siguen aumentando en frecuencia y magnitud. Es muy probable que las crisis humanitarias en países como Yemen, Sudán del Sur, República Democrática del Congo (RDC) y República Centroafricana (RCA) continúen, incluso se intensifiquen en los puntos conflictivos, afectando sobre todo a las familias, las comunidades y sus medios de subsistencia.

Dicho así, contado en millones o en países, es difícil quizá hacerse a la idea. Pero ¿de quiénes hablamos? De personas como Qasem, de Yemen, que tiene 5 años y ya acumula en su pequeño cuerpo desnutrición, epilepsia, cólera y casi tres años de guerra. O como Mbuyi, de 43 años, de la región congoleña de Kasai, que vio cómo las milicias llegaron en medio de la noche y, tras prender fuego a su casa, mataron a su marido y a sus hijos.

Precisamente las mujeres y niñas siguen viéndose particularmente afectadas en contextos de conflicto e inseguridad, víctimas de violaciones y abusos sexuales convertidas en campos de batalla. Nada hace pensar que el 2018 les traerá algún alivio.

El sistema humanitario ha llegado a sus límites hace varios años. Las necesidades humanitarias siguen creciendo, las crisis tardan más en resolverse, los requerimientos de financiación aumentan y los donantes no pueden hacer frente (los donantes financiaron sólo el 57 por ciento de las necesidades en 2017). Cuando hablamos de donantes nos referimos esencialmente a los países y sus agencias de cooperación.

Tommy Trenchard/Oxfam

Hablemos de números: en 2018, se necesitarán 22.500 millones para cubrir estas necesidades humanitarias en más de 38 países en todo el mundo. Empezamos el año sabiendo ya que fallaremos a más de 40 millones de personas, o el equivalente a casi toda la población de España.

Si bien tenemos el deber de abordar las necesidades humanitarias, la vulnerabilidad de las personas y los desafíos del desplazamiento, también debemos abordar las raíces profundas de estas crisis y sus interrelaciones.

El cambio climático, la proliferación de grupos armados y el tráfico de armas, la falta de oportunidades económicas, la ausencia de buena gobernanza, son causas innegables que contribuyen a las crisis, el desplazamiento forzoso y la vulnerabilidad de las personas. Si no arremetemos contra esas causas profundas, seguiremos fallando a una parte de la humanidad.

Los impactos de desastres no son iguales para todos, eso lo sabemos. Por ejemplo, entre 2008 y 2016, las personas que vivían en países de ingresos bajos y bajos-medianos tuvieron una probabilidad cinco veces mayor de verse obligadas a desplazarse por catástrofes naturales que las personas que vivían en países de ingresos altos.

REPENSAR EL ECOSISTEMA HUMANITARIO

Ante este panorama, el ecosistema humanitario, con sus múltiples actores tradicionales y nuevos, no tiene más remedio que transformarse y adaptarse, mejorar su eficiencia y rendición de cuentas para recuperar su legitimidad.

El Grand Bargain (gran pacto) firmado en la Cumbre Humanitaria de Estambul en 2016 se hizo precisamente para eso: para recaudar más fondos y para gastarlos con más eficacia. Como decía la declaración final, "el mundo nunca ha sido tan rico y, sin embargo, en el frente de la acción humanitaria, la falta de recursos disponibles para salvar vidas es un riesgo en constante crecimiento.

Pablo Tosco/Oxfam Intermón

La de Estambul es una agenda de reformas con un elevado compromiso de los principales sectores de la ayuda humanitaria y aborda algunos de los desafíos más arraigados de nuestro sistema. El 2018, será el segundo año de implementación de esa agenda, y algunas áreas de cambio ya han tenido grandes avances. En particular, se obtuvo un apoyo inmenso para reforzar a las organizaciones locales para que jueguen un papel de liderazgo en la respuesta a las crisis humanitarias.

Esa agenda ha supuesto que, por fin, los actores humanitarios y de desarrollo se unan para abordar la vulnerabilidad y la pobreza en conjunto, fortalecer la resiliencia de las personas y las comunidades y abordar los desafíos del desplazamiento. La integración de nuevos planteamientos gracias a las nuevas tecnologías, como sustituir la entrega de ayuda en especie por la transferencia de efectivo a quienes se ven afectados y afectadas por las crisis, mejora la seguridad y la dignidad de las personas.

No es suficiente, todavía no hemos visto los efectos que esa agenda transformadora promete, pero no hay plan B, y el objetivo es que nadie se quede atrás. Se trata, ni más ni menos, de aliviar lo que Naciones Unidas considera "el nivel más alto de sufrimiento humano desde la Segunda Guerra Mundial". Algo que nos compromete a todos.

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