El peligro del boicot de los señores de la guerra se suma a la amenaza talibán en las elecciones afganas

Trabajadores electorales en Balj, Afganistán
REUTERS / STRINGER AFGHANISTAN
Actualizado: domingo, 26 agosto 2018 8:56

Atta Mohamed Nur, exponente de los problemas que representa la transformación de antiguos combatientes en candidatos políticos

MADRID, 26 Ago. (EUROPA PRESS) -

La decisión tomada este mes por el organismo electoral más importante de Afganistán de rechazar la candidatura a los comicios del 20 de octubre de más de una treintena de diputados por supuesta afiliación a grupos armados ilegales aborda por vez primera un problema generacional en el país centroasiático, la transformación de los señores de la guerra en candiatos políticos.

Estos grupos armados no son necesariamente talibán. Son, más bien, las "guardias pretorianas" de los señores de la guerra afganos, supervivientes de dos guerras, contra la Unión Soviética y contra los talibán, reconvertidos en caciques locales enfrentados al Gobierno central de Kabul. Por encima de todos destaca un nombre: el ex gobernador de la provincia afgana de Balj, Atta Mohamad Nur.

Nur, primero muyaidín contra los soviéticos y después comandante de la Alianza Norte contra los talibán, es uno de los hombres más influyentes de Afganistán. Su reputación en el norte del país es legendaria. A través de su provincia circulan anualmente casi 2.000 millones de dólares en bienes, entre ellos combustible bajo contrato de la OTAN. Y, según fuentes afganas al 'New York Times', a sus órdenes funcionan milicias responsables de múltiples abusos en varias provincias.

Durante los últimos 15 años, Nur ha desarrollado una vasta red de negocios y clientelismo desde la provincia aprovechando su histórico estatus como núcleo comercial de Asia Central. El Gobierno afgano y el presidente del país, Ashraf Ghani, le presentan como un político corrupto, que siempre recibe una parte de cada transacción económica, y oculta cientos de millones de dólares en cuentas extranjeras.

       Reuters

Nur asegura por contra que todo el dinero que ha ganado es legal y que los beneficios son distribuidos entre sus simpatizantes y colaboradores, como Asadulá Sharifi, precisamente uno de los afectados por la decisión de la Comisión Electoral Independiente del país, y que ha prometido "disturbios y protestas" si la Comisión no rectifica.

"Voy a hacer lo que haga falta para disputar estas elecciones", ha asegurado Sharifi, quien garantiza a Reuters que se entregará él mismo a las autoridades "si consiguen pruebas" de su implicación con estas bandas.

UNA CUESTIÓN ENDÉMICA

Lejos de desaparecer de la escena política, Nur ha redoblado sus esfuerzos contra el Gobierno. El ex gobernador, metido ya en precampaña como unos de los líderes de una nueva coalición de partidos con verdaderas posibilidades de ganar los comicios, dedica ahora sus discursos a atacar sin piedad al Gobierno central de Kabul.

Así, Nur considera que la decisión de la comisión es síntoma de la falta de transparencia del sistema electoral -- "si no se aceptan las demandas de cambio que piden los partidos, boicotearemos las elecciones", aseguró en declaraciones recogidas por TOLONews -- y, en términos generales, de la corrupción de un gobierno de traidores y "chupasangres", como les describió en un mitin a principios de año.

De hecho, Nur dedica gran parte de sus invectivas al primer ministro del país -- y aliado a regañadientes del presidente Ghani --, Abdulá Abdulá, antiguo camarada en la Alianza Norte. "Como le vea le voy a partir los dientes", llegó decir Nur en otro de sus mítines. El "emperador del norte" asegura además que Ghani, de etnia pashtuna, ha incumplido las promesas de integración que dirigió en su día a los tayicos afganos que representa el partido del ex gobernador.

A día de hoy, la influencia de Nur sigue intacta. A principios de año, y de nuevo según fuentes oficiales al 'New York Times', se reunió con el antiguo jefe de la firma de seguridad privada Blackwater, Erik Prince, donde se llegó a plantear la posibilidad de formalizar la llegada de mercenarios norteamericanos a Afganistán, y a principios de este mes se reunió con el embajador ruso en Kabul, Alexander Mantitski.

Y no acabaron aquí sus advertencias. Nur llegó a asegurar que en cualquier momento podría reconvertir a su guardia en una verdadera milicia gracias al apoyo del ex vicepresidente afgano Abdul Rashid Dostum, otro antiguo señor de la guerra que ha regresado hace pocas fechas de Turquía, donde ha estado exiliado después de que se le acusara de violar a un oponente.

Las expectativas políticas de Nur acabaron domando su temperamento, al menos de cara al público. Después de tres meses de pulso, el ex gobernador aceptó en marzo dejar su cargo -- su sucesor designado por el Gobierno, Mohamed Dawood, tuvo que ejercer mientras tanto sus nuevas funciones desde Kabul, al tener prohibida su entrada en la provincia -- a cambio de la designación de un jefe de Policía de su gusto, la potestad para elegir al nuevo ministro de Educación y al embajador en Kazajistán.

LA GRAN COALICIÓN

Nur vive ahora en la capital de la provincia, Mazar i Sharif, preparándose para las legislativas de octubre y las elecciones presidenciales del próximo año, la verdadera prueba de fuego para el futuro de Afganistán.

A tal efecto, Nur anunció hace dos semanas una nueva formación política, la Gran Coalición para la Salvación de Afganistán, liderada por Dostum, por él mismo y por nada menos que el jefe adjunto de la oficina del primer ministro Abdulá, Haji Muhammad Mohaqiq.

El propio presidente Ghani saludó la aparición de esta nueva coalición, resaltó que el Gobierno "celebra todos los programas, recomendaciones y planes por parte de partidos políticos, coaliciones y activistas" y abogó por "la paciencia, la amplitud de miras y una competición sana" para mejorar la situación política.

Sin embargo, y vistos sus representantes, este nuevo partido podría dinamitar al Gobierno afgano. No solo es un candidato viable para la victoria, sino que podría recurrir a medidas extraconstitucionales para derrocar a Ghani en el momento que perciban el más mínimo caso de fraude, a través de la convocatoria de un consejo de notables tradicionales, una loya jirga.

De ocurrir esto, Afganistán quedaría al frente de un grupo de políticos de extraordinaria influencia sin una visión unificada sobre el futuro del país, un gobierno fragmentado, con ideas bien diversas sobre la lucha contra los talibán y la presencia estadounidense en el país.

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