Actualizado: sábado, 23 abril 2016 13:03

SHURO-OBOD (TAYIKISTÁN), 23 Abr. (Reuters/EP) -

El secuestro de dos trabajadores de la construcción tayikos el mes pasado justo en plena frontera de Afganistán es la clase de incidente cada vez más frecuente en la línea de separación entre ambos países, que desde el pasado mes de diciembre, cuando Rusia decidió retirar a su regimiento fronterizo, se ha convertido en un lugar cada vez más peligroso y permeable para la entrada de milicias, criminales y los talibán, en opinión de los expertos.

Los dos trabajadores secuestrados fueron liberados unos días después gracias a la negociación realizada por notables afganos de aldeas cercanas, pero nada garantiza que no se volverá a repetir un caso similar en próximas fechas. Tayikistán, el país más pobre de entre todas las ex repúblicas soviéticas, se encuentra ahora indefenso por el lado afgano, en su día una de las fronteras más protegidas del mundo.

"Las organizaciones terroristas", avisó el presidente del país, Imomali Rajmon, en su último discurso ante la nación, "están expandiendo su actividad y la situación se está complicando aún más por su resurgencia en la vecina Afganistán".

La frontera entre ambos países es una de las más peligrosas del mundo por una sencilla razón: el opio. La ruta afgano-tayika es una de las rutas principales de salida para Afganistán, principal productor de opio del mundo. Desde Tayikistán, el opio se convierte en heroína y desde ahí comienza a circular por el centro de Asia, luego a Rusia, y luego a Europa. La única barrera que hay que cruzar es la del río Panj: 50 metros de orilla a orilla que los traficantes salvan usando neumáticos como balsas improvisadas.

La situación, como apuntaba el presidente tayiko, la más difícil de los últimos años, tras la retirada de las fuerzas extranjeras de Afganistán. Durante la guerra en el país centroasiático, Tayikistán se había convertido en un bastión de la campaña internacional. Ahora, los talibán actúan con más libertad y han lanzado una nueva ofensiva contra la ciudad afgana de Kunduz, no muy lejos de la frontera.

Tayikistán se gasta anualmente 164 millones de dólares (unos 150 millones de euros) en proteger su frontera, una cantidad a todas luces insuficiente para cubrir más de 1.345 kilómetros de frontera y contentar a sus oficiales al mismo tiempo. Sin ir más lejos, uno de los comandantes de las fuerzas de élite policiales se pasó en 2015 a las filas de Estado Islámico.

CUESTIÓN DE TIEMPO

Si bien las autoridades descartan a corto plazo una "gran incursión" talibán a través de la frontera, nadie en Tayikistán puede asegurar que los guardias no acaben cediendo a sobornos de milicianos, como hacen con los contrabandistas.

Eso si es necesario sobornar, porque cada puesto fronterizo está separado entre 10 y 15 kilómetros de distancia, una distancia que estaba relativamente bajo control antes de la retirada de las fuerzas rusas de la frontera. Moscú solía estacionar a sus propios guardias hasta 2005. A partir de ese año, se limitó a mantener un regimiento en la ciudad de Kulyab, a 42 kilómetros de la frontera. El año pasado, este contingente fue retrasado a la capital, Dushanbe, a 200 kilómetros del río.

Todo esto sucede en una zona "extremadamente criminalizada y corrupta por el lado tayiko", indica el analista político Alexander Knyaze, frente a las promesas realizadas por las autoridades el mes pasado, cuando anunciaron su intención de reforzar su contingente fronterizo tras tener conocimiento de la existencia de al menos 5.000 hombres armados en zonas afganas adyacentes; cinco mil hombres separados por cincuenta metros de distancia.