MADRID 14 Feb. (OTR/PRESS) -
Hasta el domingo 11 de febrero, el turkmeno más importante del mundo se hacía llamar con el improbable nombre de Gurbanguli Berdimujammedo y había arribado al sillón de presidente interino en sucesión de Nyuzov, que fue el paternal mandamás vitalicio del país hasta que lo reclamó a su seno Alá. Las elecciones, con concurso de respetados observadores internacionales, dieron páginas enteras al extraño país en diversas publicaciones, aunque después nadie ha tenido la educación de anunciarnos en qué han quedado ni de confirmarnos el nombramiento de nuestro favorito Berdimujammedov. Los periódicos son inconstantes y frecuentemente dejan las cosas a medias. No obstante, la convocatoria abierta de comicios prueba que ese país remoto se abre a la cruda realidad, que no es cruda solamente porque Turkmenistán tenga unas reservas incalculables de gas, con lo que está lloviendo, sino porque chinos, rusos, americanos y -¿para qué negarlo?- europeos se le están echando encima para regalarle su preciosa civilización contemporánea. Nos hemos acostumbrado a andar por casa con sólo dos o tres datos pero no es tan raro que los países o la gente se escondan. Vecino de Turkmenistán es, por ejemplo, Uzbekistán, y ya me dirán cuál es su capital si es que la saben. O, limitando más el mapa, cómo se llama el presidente de Suiza, o el primer ministro de Suiza, o el ministro de cualquier negociado de Suiza, cuya capital es, quizás, Berna. La de Turkmenistán dicen que es Ashgabad o Asjabad. Hay distintas transcripciones.
¿Y por qué salta ahora a la palestra este inédito país? Los países adquieren nombradía por las mismas razones que las personas: por ser ricos, por deslumbrar, por molestar. Nunca por ser pobres, civiles, discretos o muy salvajes. De hecho, una ristra de ellos aún no ha merecido una línea en un noticiario. Por limitarnos a Europa, Albania, relativamente próxima y teóricamente en el centro de la noticia por la discusión sobre el debate de sus primos de Kosovo (que sólo saltó al escenario cuando la moda de la limpieza étnica), no sale ni en los partes meteorológicos, como lamenta siempre Ismail Kadaré. ¿Y qué pasa con Macedonia? ¿Algún lector sabría decir, sin consultar Google, si el sitio donde Aristóteles daba clases a Alejandro Magno es ahora un gran estado, una autonomía o simplemente un marco incomparable? A lo más que pueden aspirar algunos parajes es a que "National Geographic" o uno de esas soporíferas cadenas de turismo les dedique un rato. A propósito, ¿por qué seguimos apelotonándonos en aviones cutres para ir a sitios que ya hemos visitado desde el sofá? El quizás presidente de Turkmenistán ha prometido internet para todos.
Otro país, Corea del Norte, acaba de salir del armario gracias, una vez más, al trabajo de la diplomacia china, que es la que corta el bacalao en Asia y gran parte de Africa, tras el fin del reino americano. En cuanto a Irán, pese a la última, inquietante portada de 'The Economist', parece que también quiere entablar relaciones, ya se verá con vistas a qué. Recientemente han transcendido las conversaciones que, más a escondidas que Zapatero y los etarras, mantienen iraníes y americanos. Está bien que los países dialoguen. Un siglo de grosera política exterior americana nos ha desascostumbrado a la idea de que el mundo es necesariamente multipolar, pero hay más bazas en juego. La globalización -con el inevitable Internet, ese nescafé de la información-, permite a cualquier mindundi o a cualquier isla de Perejil, convertirse en noticia... Se lo ha recordado de malos modos a los americanos el oso Putin, famoso por su contribución al lanzamiento estelar del territorio ignoto de Chechenia. Por la cuenta que le tiene, Putin desea que el mundo sea multipolar, es decir, también rusipolar. Por una vez, tiene razón.
Agustín Jiménez.