MADRID 26 May. (OTR/PRESS) -
¿Y si, de verdad, lo hiciéramos? ¿Y si en lugar de ser sólo una metáfora legal, convirtiéramos este sábado de reflexión en algo más que una jornada sin mítines? ¿Y si yo, el primero, pero también quienes deciden en este periódico y en el resto de los periódicos, en las cadenas de televisión y radio, en los despachos de los partidos y la sindicatos y de las organizaciones empresariales y cada uno de nosotros en su propio entorno pensáramos, aunque fueran diez minutos, en que esto, todo, no puede ser así, no debe ser así, que la democracia y la libertad es una dialéctica permanente pero nunca un insulto, un contraste de pareceres, una posibilidad de soluciones, un respeto escrupuloso por lo que opina el otro siempre que el otro acepte este sistema y no trate por la fuerza de encontrar su sitio? ¿y si de verdad, de una vez, este país reflexionara y aceptase que no todo vale, que los partidos son sólo el medio para aglutinar voluntades que quieren un mundo mejor y no oscuras maquinarias de poder insaciables, capaces de todo, tanta veces inmorales?
No sé si en esta legislatura hemos tocado fondo, pero de lo que estoy seguro es de que nos hemos hundido mucho, que hemos revuelto aguas muy profundas y todo huele a podrido en esta pobre España rica. Lo inquietante es que una sociedad tan mediática como esta del siglo XXI, se va pareciendo peligrosamente a la televisión y cuando se crea un precedente no sólo no hay marcha atrás sino más bien al contrario: alguien da un paso más allá para que el espectáculo continúe y lo que en su momento pudo ser escandaloso se convierte en pacato dos semanas después.
Ha sido una campaña triste, pobre, muchas veces despreciable y en alguna ocasión sencillamente repugnante. Pero es que ha sido -está siendo- una legislatura que no se merece este país. No voy a recordar hechos ni voy a citar nombres, pero ahí están las hemerotecas, el recuerdo y el presente, la valoración que el pueblo tiene de los políticos y de la política y de quienes son sus naturales transmisores, nosotros, los medios de comunicación. Nunca, desde la libertad, nos habían suspendido tanto. Si añades el desconcierto y lo que la gente opina de la Justicia, no es fácil apostar por el futuro de esta sociedad. Ahí están las cifras de quienes ya ni votan y ojalá el domingo se rompa esa tendencia a la baja. Tampoco una mayor participación en unas elecciones locales sería la señal para recuperar la esperanza.
Algo tienen que hacer, algo tenemos que hacer todos porque esto no funciona. Y no vale que me hablen del crecimiento económico o la renta per cápita que todo el mundo sabe que eso es cíclico. Me refiero a la esperanza, a la implicación social, a ese espíritu que sobrevolaba la transición, por ejemplo, y en lugar de transformarlo y madurarlo, lo hemos dejado morir de inanición, de desencanto sin rabia, de adocenada paz porque al pueblo se le ha ido alejando de todo, porque los partidos han ido convertido al ciudadano en espectadores sin voz simples depositantes de votos cando toque. Y así no se hace una democracia, así sólo se mantiene el poder pero se a mata -quizás deliberadamente- la ilusión colectiva. Y eso, al final, es peligroso y pasa factura.
Andrés Aberasturi.