Actualizado 10/11/2007 01:00

Andrés Aberasturi.- La cumbre

MADRID 10 Nov. (OTR/PRESS) -

Y van nada menos que diecisiete cumbres iberoamericanas de jefes de Estado y de Gobierno. Diecisiete posibilidades si no perdidas, sí al menos desaprovechadas para lo que sería la única solución de ese inmenso territorio, tan rico como injusto, tan cruelmente contradictorio, que llamamos Iberoamérica. Y lo malo es que esa única solución, la de la unidad, se ve a día de hoy prácticamente imposible y en todo caso, lejana.

Ninguna de las instituciones supranacionales creada en Iberoamerica funciona realmente y la mayoría de las iniciativas se quedan sobre el papel, sostenidas por unas siglas pero inútiles en día a día y utópicas a corto y medio plazo. En esta edición de Santiago de Chile se pretende una cohesión económica al estilo de los fondos que tan buenos resultados parece haber dado en la Unión Europea. Misión imposible. Para lograr ese reparto hay que tener algo que repartir y el problema de Ibeoamérica no es su pobreza -que no sólo no es pobre sino todo lo contrario- sino quienes son los dueños de la riqueza y si realmente los jefes de Estado y de Gobierno allí reunidos tienen en sus manos la posibilidad de tomar iniciativas de tal calado.

Porque resulta que hoy por hoy o gobiernan populistas incapaces de otra cosa que generar titulares y malestar internacional, o gobiernan las viejas familias instaladas en la corrupción y vendidas o alquiladas a intereses multinacionales. Las excepciones a esta afirmación se podrían contar con los dedos de una mano. Pero el problema no es solo interno -que sobre todo-; resulta que para alimentar ese populismo o sucederse en otra familia de toda la vida -o en la esposa- las fronteras y los problemas vecinales juegan un factor importante impulsado desde hace muchos años por el inevitable vecino del Norte que ha ido sacando tajada tras tajada de mientras alimentaban artificialmente rencillas que nunca debieron ser. Para terminar de agravar el problema, los grupos paramilitares, las guerrillas y los carteles mafiosos, campan a sus anchas y son más poderosos muchas veces que los propios gobiernos.

Comprendo que resulta tentador el viejo discurso del papel que puede representar España superado ya el de la madre patria. Pero me temo que no hay ningún papel que representar más que el de la buena voluntad. Iberoamérica hoy, a pesar de sus posibilidades, que son todas e irrepetibles (misma lengua, riqueza en los recursos naturales, continuidad de tierras e intereses comunes), es un continente maltrecho y pasto propicio para populistas y oligarcas. La culpa seguramente es de todos y muy especialmente de los EEUU que no han parado de intervenir en aquel territorio derrocando gobiernos o comprando voluntades. Culpa nuestra, de España, que incomprensiblemente nunca supimos hacer una 'commonwealth' cuando teníamos muchos más motivos que la Gran Bretaña para llegar a ese hilván. Y culpa de los propios nacionales que no parecen dispuestos a contemplar su propia historia para no repetir siempre los errores. Pero no es fácil reflexionar cuando el hambre está presente y la pobreza se extiende injustamente por un país que debería ser casi rico y no sale a flote por la bajeza moral de quienes los gobiernan.

Andrés Aberasturi

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