Actualizado 20/03/2007 01:00

Andrés Aberasturi.- Inocente a 260 Km/h

MADRID 20 Mar. (OTR/PRESS) -

Se lo tengo dicho a la DGT, al antiguo MOPU y al actual Fomento: lo que no puede ser, no puede ser y, además, es imposible. Pues ni caso. Pero el personal conductor de vehículos está en un continuo sin vivir. Cuando no es el cinturón, es el radar y cuando no es el radar es el móvil y cuando no es el móvil es la sillita del niño. Y pese al tono que empleo, no estoy en contra de nada de esto. La sangría del tráfico en España es sencillamente escandalosa y creo, de verdad, que todas estas medidas pueden ayudar a disminuir las cifras de los accidentes.

Pero ... -siempre hay un pero- nos llega la noticia de un conductor que iba a 260 kilómetros por hora. Le pilla el radar correspondiente -que al parecer estaba en una recta larguísima-, se hace la denuncia, se procede a la retirada del carné y el asunto llega a los tribunales. Fin de la historia: el conductor es absuelto, se le devuelve el carné y ahora va a reclamar daños y perjuicios a la Administración por el tiempo que no ha podido conducir. Que alguien tenga la bondad de explicarlo. O sea, que al conductor de los 260 le van a tener que indemnizar -presuntamente- y a otro pobre, por no llevar el papel del seguro le multan con una pasta -ojo: digo por no llevarlo, no por no tenerlo-. Pero eso es lo de menos.

Aquí lo que importa es si la DGT y su código de circulación están o no dentro de la Ley. Y la duda no es baladí a la prueba de la sentencia que comentamos. O se equivoca el juez o se equivoca la DGT, pero las cosas no cuadran. Hay una obsesión con los límites de velocidad que yo no voy a juzgar: basta con que cualquier conductor los obedezca estrictamente para darse cuenta del peligro que corre él mismo y quienes le rodean y si es en ciudad, los tapones que se pueden organizar en un minuto de obediencia ciega. Yo he hecho la prueba y en autovía no he pasado de los 120: hasta lo camiones me adelantaban con indignación. He atravesado pasos subterráneos en esta bendita ciudad de Madrid a 50 km/h -que es lo que marca- y no quiero ni contarles los claxonazos y las ráfagas de luz que me enviaban desde la larguísima cola que se formó con los que me seguían. En carreteras de doble sentido, he intentado pasar de 90 a 60 en el espacio que me lo ordenaban las señales y los frenazos eran espectaculares. Me he puesto a 40 en tramos señalados como obras y así podía seguir aun porque ni había obra, ni señal alguna que indicara el final de la prohibición. Incluso intenté ponerme a 20 en algún tramo que así me lo exigía pero el coche se me calaba y los ciclistas me insultaban ferozmente.

Ni se puede ni se debe ir a 260 por muy bien que esté la carretera. Pero eso -que lo sabemos nosotros- convendría decírselo al juez o explicar a la ciudadanía el porqué de esa sentencia razonada. Que sea la DGT quien salga a la palestra y se explique si sus normas son o no justas. Si lo son, que abran expediente a juez y si no lo son o pueden ser interpretadas con diversos criterios, que nos lo hagan saber. Pero sobre todo, que la DGT y Fomento, racionalicen el tema de las velocidades y pongan los radares donde de verdad hay peligro y no recaudación. Ya sé que no pueden conducir por mí, pero también sé que pueden hacer por todos un montón de cosas que no hacen.

Andrés Aberasturi

Contenido patrocinado

Foto del autor

Fernando Jáuregui

Sánchez, al fin, sale a la ofensiva, pero ¿qué ofensiva?

Foto del autor

Antonio Casado

Memoria de Rubalcaba

Foto del autor

Fermín Bocos

Annus horribilis

Foto del autor

Charo Zarzalejos

Castillo de naipes