MADRID 31 Jul. (OTR/PRESS) -
Este lunes fue el turno de la clase política ante el muro de las lamentaciones por el apagón de Barcelona, con dosis de recuerdo en Mallorca. De todos modos, la comparecencia de los consejeros Castells (Economía) y Saura (Interior) ante el Parlamento de Cataluña, así como la del ministro de Industria, Joan Clos, ante el Congreso de los Diputados, no ha logrado desactivar la impresión generalizada de que la clase política no ha dado la talla.
Ante lo ocurrido en Barcelona ya hace algo más de una semana, tras la caída de un cable de alta tensión sobre una subestación distribuidora que acabó en llamas, los políticos tendieron a esconderse o a sacudirse responsabilidades. Claro que había otros responsables en primera instancia. Las propias compañías eléctricas, sin ir más lejos, cuya actitud ha sido "lamentable", según calificativo utilizado por Luis Atienza, el mismísimo presidente de REE (Red Eléctrica Española, que tiene el monopolio del transporte de la energía).
Sin embargo, es el político, el gobernante, como titular del poder público y representante de los ciudadanos, quien tiene la obligación de comunicarse con ellos, ponerse de su lado, escucharles, interpretarlos, resolver sus problemas. Liderarlos, en definitiva. Y eso es lo que se echó de menos. No sobraban las comparecencias parlamentarias de este lunes, pero faltó en su momento el protagonismo de los políticos en ese contacto directo con el hombre de la calle que con tanto entusiasmo buscan en campaña electoral.
Ahora que se habla tanto de la famosa asignatura prevista en la LOE (Ley Orgánica de Educación) procede suspender en Ciudadanía a la clase política. No solo en el apagón de Barcelona se pone de manifiesto la falta de compromiso real de los políticos con los problemas del ciudadano de a pie. Solo hablan de ellos en las campañas electorales. Y una vez elegidos, se refugian en el campo de las categorías. Una forma de eludir la anécdota, cuando en realidad es la anécdota de muchos pequeños problemas lo que genera las grandes molestias al ciudadano de base, haciéndose visible entonces la desprotección de éste.
A saber: colas frente al mostrador del aeropuerto o la caja de un supermercado, listas de espera en la Sanidad pública, atascos de tráfico, aglomeraciones del 'metro' en hora punta, malestar vecinal del barrio ignorado por los servicios municipales, funcionarios desatentos, incompetencia de operarios a domicilio en pequeñas reparaciones, tiempo perdido frente a una ventanilla... etc. ¿Cuántos políticos pasan realmente por esto de forma más o menos habitual y no una sola vez para contarlo? Sigamos la pista del síndrome Zapatero ('Tengo una pregunta para usted', TVE), que desconoce, o desconocía en aquel momento, el precio del café en la barra de un bar.
Antonio Casado