MADRID 25 May. (OTR/PRESS) -
Los aires europeos y latinoamericanos que ha respirado estos días el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, no le han desatado la lengua respecto al sartenazo en el bajo vientre que su antiguo mentor, el ex presidente del Gobierno, José María Aznar, le propinó a través de las cámaras de televisión. El sucesor no ha querido entrar al trapo. Y hace bien. Si le quita el agua de la piscina, el otro no podrá dar ni dos brazadas. Buena táctica. Y de todos modos ya ha dicho que no piensa cambiar de política ni discutir con ex presidentes. Como réplica no deja de ser bastante elocuente.
En cuanto a la sonora reaparición del barón de las Azores, nos quedamos con uno de los pasajes más significativos. Me refiero a sus tres grandes coordenadas mentales. José María Aznar dijo que se debe a su conciencia, a su partido y a su país. No me atrevo a valorar la calidad de ese compromiso moral respecto a su conciencia y a su país. Pero el que ha demostrado tener respecto a su partido deja mucho que desear. Eso es lo que mayoritariamente le han reprochado sus correligionarios.
Como presidente de honor del PP este hombre es miembro nato de todos sus órganos de dirección. Pero ha preferido criticar a la familia y a su criatura política, Mariano Rajoy, en la televisión y no puertas adentro. Por tanto, el procedimiento utilizado para expresar sus opiniones y hacerlas valer ha sido totalmente inaceptable. Y en cuanto a los contenidos, discutibles. Pero el impacto en la opinión pública ha sido de un ataque desleal e inesperado contra el presidente del Gobierno y líder legítimo del PP. Lo cual ha causado un profundo malestar entre los dirigentes y las bases, aunque haya podido haber un alto nivel de acuerdo con las propuestas y posiciones explicadas en la entrevista de este martes pasado.
El balance de la reaparición del expresidente queda limitado a la posibilidad tóxica de que quiera volver a las andadas. Sería una mala noticia que, con España atrapada en el diámetro de un tornado económico, político e institucional, un eventual retorno de Aznar a la política activa se acabara mostrando como la incapacidad del sistema para generar líderes de su tiempo. Claro que el expresidente está en su derecho a intentarlo. Basta con que quiera y con que se atenga a las reglas del juego. Por ejemplo, reuniendo una mayoría suficiente para salir elegido por la militancia. De todos modos, se le ha pasado el arroz, como el otro día recordaba el presidente del Congreso de los Diputados, que ha sido el más sutil. Por su delicada referencia a la melancolía como resultado indeseable de los esfuerzos inútiles: "Las cosas se van para no volver", dijo Jesús Posada.
Mejor les ha ido a los adversarios políticos. Han aprovechado el balón que centraba Aznar para rematar contra la portería del PP. Así han tenido ocasión de desquitarse de los ataques recibidos por cuenta del quinielismo sucesorio en torno a Rubalcaba. En Ferraz ya pueden decir ahora que en todas partes cuecen habas.