MADRID 6 Feb. (OTR/PRESS) -
Presiento que a partir de ahora, una vez advertido lo mucho que al parecer le ha molestado al Gobierno y al PSOE que cientos miles de españoles enarbolaran banderas de España y oyeran con respeto el himno nacional, el Gobierno, el partido que le apoya y sus socios parlamentarios, van a escuchar muchas veces más en actos y manifestaciones cívicas las notas del himno entre un mar de 'rojigualdas'. No quieren caldo y van a tomar varias tazas.
No deja de ser lamentable que desde el Gobierno se haya intentado desviar la atención de lo que representó la exitosa y multitudinaria marcha contra ETA y la política negociadora de Zapatero, deslizando una forzada reprobación a los organizadores, Foro de Ermua, no el PP, por la supuesta utilización sectaria de los símbolos nacionales, que tanto deben avergonzarles a ellos por lo poco que los exhiben en sus convocatorias, como la manifestación anterior del 13 de enero.
Lo de este país y sus símbolos nacionales resulta 'kafkiano' y el colmo es que sea un partido que todavía se denomina 'socialista español' y en el Gobierno, el que reprenda a cientos de miles de españoles por airear sin complejos su condición de tales al identificarse con su himno y su enseña nacional. Nadie puede imaginar que en Francia, Italia, Gran Bretaña y no digo Estados Unidos, alguien pudiera reprochar el uso de las enseñas e himnos nacionales durante actos cívicos o políticos, sean del signo que sean, como los que habitualmente se convocan en cualquier país democrático. Muy al contrario, es raro que no se utilicen.
Por tanto, lo más sustancial e importante de lo ocurrido en Madrid la tarde del sábado 3 de febrero no fue que tras la última alocución firmada por Mikel Buesa se pusiera broche final con las notas del himno de España, sino la inequívoca voluntad de cientos de miles de españoles que por séptima vez se movilizaron en la calle, inasequibles al desaliento, en apoyo de las víctimas del terrorismo y contra ETA y cualquier iniciativa política del Gobierno que les suponga una afrenta, un insulto.
Lo relevante y trascendente fue escuchar la voz desgarrada y sincera de Teresa Jiménez Becerril exigiéndole a la vicepresidenta De la Vega que se disculpara ante su madre, a quien ETA asesinó a un hijo, después de atravesar media España para manifestarse de buena fe, o la de Conchita Martín recordándole a los que siguen hablando de paz que los terroristas no ponen en riesgo la paz sino la libertad, o de Mikel Buesa preguntándose dónde estaba Zapatero entre los cientos de miles de presentes y porqué no quiere la unidad para derrotar a ETA. Poner el acento en la utilización del himno es una excusa de malos perdedores como diría Manuel Pizarro.
Antonio Jiménez