MADRID 20 Jun. (OTR/PRESS) -
El surrealismo asentado en la política española permite a algunos abogados de la acusación particular del 11-M actuar como defensores de los enjuiciados. No tienen acusación de recambio; solo la ensoñación política de implicar a ETA, que no aparece por ninguna parte. Son unos prevaricadores de la defensa -si este concepto existiera- porque sobreponen al servicio de sus clientes unas tesis políticas contradictorias con los intereses de sus defendidos. Su desprecio de las víctimas es obsceno. Su desparpajo es típico de la extrema derecha, que juega con la mentira, con la esperanza de que su perseverancia termine por confundir a algunos incautos o a muchos mal intencionados.
Se acerca la fecha de la sentencia y los hechos que se considerarán probados van a ser demoledores para la pléyade de fabricantes de la teoría de la conspiración. Han estado activos durante casi cuatro años. Algunos han empezado a recoger velas por la tormenta que se avecina. En primer lugar, el Partido Popular, que de las ínfulas de los días de la comisión de investigación ha venido reculando cuando el ridículo era inminente. Hay algunos periodistas que han apostado con tanto ahínco en el tema que lo tienen más complicado. Su metodología, ahora, es la siembra de la duda sobre las cosas que se podrían haber investigado. Insultan al estado de derecho porque sus tesis sólo serían posibles en un contubernio que involucrara a miles de funcionarios, conjurados para la impostura que estos periodistas afirman.
Se acerca el final del espectáculo pero la sentencia no será suficiente. En España, que es una joven democracia alterada por los cainitas, la mentira todavía no es causa de desahucio intelectual.
Carlos Carnicero.