MADRID 14 Feb. (OTR/PRESS) -
El asunto 'De Juana' parece encarrilado: hay una sentencia razonable, acorde con la jurisprudencia del Tribunal Supremo, que es quien la ha dictado, y, al mismo tiempo, no se cede al chantaje del sanguinario terrorista. Ahora le corresponde al Gobierno, a través de Instituciones Penitenciarias, gestionar la condena dictada y el ejecutivo asumirá la decisión que adopte en la aplicación del reglamento penitenciario a quien se empeña a desafiar al Estado de Derecho con su propia vida.
Conviene tener presente, a la hora de tomar decisiones futuras, que no es la cárcel quien pone en peligro la vida de este delincuente, sino él mismo. La ecuación es clara: si sale de la cárcel se alimentará por decisión propia; si se queda y prosigue en huelga de hambre, también será su decisión. Ponerle en libertad no garantiza su vida, porque él es el único que puede decidir si quiere comer o no. No hay, pues, razones humanitarias para una aplicación excepcional del reglamento de prisiones.
Lo positivo de este asunto son las reacciones mesuradas a la sentencia del Tribunal Supremo, con algunas excepciones. Es el final de una carrera de desvaríos que nos ha permitido ver a los mismos protagonistas en situaciones invertidas. Quienes ayer se dejaron influir por la 'alarma social' que suscitó el hecho de que la aplicación del código penal vigente pudiera poner en libertad, con apenas veinte años cumplidos, a un sanguinario asesino, promovieron una petición fiscal de noventa años que ahora se ha visto reducida, en sentencia, a tres.
Es hora de que la Justicia utilice la venda en los ojos con la que se le representa. Es hora de que los fiscales no se dejen influir tanto por el poder y los jueces no oigan los ruidos de la calle.
La sentencia del Tribunal Supremo y el silencio del presidente del Gobierno, que no ha querido enjuiciar la resolución del Tribunal Constitucional sobre el magistrado Pérez Tremps, debiera ser el comienzo de una etapa en la que la Justicia española no esté en el ojo del huracán.
Carlos Carnicero.