MADRID 13 Abr. (OTR/PRESS) -
A su paso por Madrid, el señor José Montilla, presidente de la Generalidad de Cataluña, ha dicho que si el Tribunal Constitucional resuelve a favor del recurso de inconstitucionalidad presentado por el PP contra el Estatuto, la 'Generalitat', acatará el fallo, pero no renunciarán a su objetivos. Ha dicho más: ha dicho que si las cosas fueran por esa senda lo que habría que cambiar no es el 'Estatut', sino la Constitución.
Nadie podrá acusar al señor Montilla, cordobés él, de no hablar claro, pero tampoco él podrá evitar que tras escuchar sus palabras a todos nos haya venido a la cabeza la imagen del converso, aquel que por haber cambiado de credo y para no ser acusado de tibieza, exagera en las manifestaciones públicas de adhesión a su nueva fe.
En la Historia de España, converso es sinónimo de atormentado, de persona infeliz sometida a grandes tensiones psicológicas, de gentes a las que la presión del entorno obliga a comportarse de manera opuesta a cómo lo harían si pudieran obrar libremente. Claro que éste tipo de registros se daban allí cuando la religión era la política y el 'brazo secular' el torcedor de voluntades.
En la política de ahora -en democracia es oficio voluntario- habría que pensar en el pragmático, en el oportunista que a la manera de aquel rey Enrique de Navarra tras decir que "París bien valía una misa", pasó en un sólo día del protestantismo al catolicismo. Está claro que el gran logro del nacionalismo catalán -una ideología pequeño burguesa- ha sido conseguir abducir a los dirigentes de los partidos de la izquierda teórica. El caso del señor Montilla es un buen ejemplo, pero hay más.
Fermín Bocos