MADRID 17 May. (OTR/PRESS) -
Hay políticos que tienen carisma y otros que lo promueven en vano a través de las terminales mediáticas de sus partidos. Felipe González tenía carisma; también lo tuvo Fraga, Margaret Thatcher o Mitterand y aún lo tienen Bill Clinton, Tony Blair y Nicolás Sarkozy, el flamante nuevo presidente de Francia. El carisma es un don que no siempre va unido a la "baraka" política pero que sirve para distinguir a uno entre un millón. Por contraste, quien tiene carisma relega a los demás al montón. Eso es lo que ha pasado en Francia con Sarkozy quien ha conseguido progresar teniendo enemigos políticos a la vista -todo el espectro de la izquierda -, y, sobre todo, en su retaguardia: Chirac, Villepin, etc.
Sarkozy tiene ideas propias y eso en política sólo se lo pueden permitir los triunfadores. "Sarko" ha conseguido conectar con amplios sectores de la sociedad francesa. Es un político liberal en cuestiones económicas, de derechas en materia de orden y muy republicano (a la francesa) en cuestiones relacionadas con el sentido profundo de la Historia. Tiene una vida personal agitada, una formación sólida, habla bien y tiene un discurso propio refractario a las frases -eslogan- a las que tan aficionados son algunos políticos de otras latitudes. Tengo para mí que con su llegada al Elíseo, Francia aboca a un período de cambio que también tendrá repercusiones en la Unión Europea. Su viaje a Alemania para entrevistarse con Angela Merkel no deja lugar a dudas: quiere liderar Europa. Desaparecido Blair, en la Unión ahora mismo, no hay nadie que pueda medirse con él. Ha empezado la "era Sarko".
Fermín Bocos.