MADRID 17 Mar. (OTR/PRESS) -
La igualdad entre hombres y mujeres es una conquista. Es el fruto de la lucha de una parte de las mujeres de los países de Occidente. Así que pasen los años, el siglo XX no será recordado ni por la bomba atómica, ni por el descubrimiento de los antibióticos, el avión o las computadoras. Para los historiadores será el siglo en el que en algunos países del llamado "Primer Mundo" triunfó la causa de la revolución que buscaba la igualdad entre los hombres y las mujeres.
El rasgo esencial de ese cambio consiste en que las mujeres dejan de ser consideradas como sujetos pasivos de la historia, como acompañantes de los hombres. Creo que la Ley de Igualdad aprobada en el Congreso -pese a la abstención del PP y a la confusa explicación que dio Mariano Rajoy para justificarla-, es un paso importante dado en la buena dirección. Pero no debemos engañarnos, hoy por hoy la igualdad ante la ley todavía no es la igualdad. Gracias al esfuerzo de los movimientos feministas -cuyas reivindicaciones han sido asumidas genéricamente por los partidos de la izquierda y el centro izquierda-, sobre el papel, en los países occidentales las mujeres tienen los mismos derechos que los hombres. Pero no las mismas oportunidades a la hora de trabajar, organizar o dirigir empresas. La Ley de Igualdad es una buena ley y es razonable que Rodríguez Zapatero se sienta -como ha dicho-, feliz por haberla impulsado. Más que un paso es una zancada dada en el buen camino pero queda mucho por andar hasta que, de verdad, las mujeres -todas- puedan sentirse dueñas de sí mismas, seres individuales con proyección propia; personas que, en definitiva, puedan decidir libremente lo qué quieren hacer en este mundo y puedan hacerlo sin la tutela del padre, el marido, el compañero, o el hermano.
Fermín Bocos.