Los americanos han vuelto de la Luna y una nave suya ha conseguido "amartizar" en el Planeta Rojo, hay cirujanos que operan de corazón a través de video conferencia, Internet está en todas partes, cada día los aviones son más grandes y los trenes más rápidos y sólo en España hay más de 21 millones de teléfonos móviles. Se diría que ya no hay fronteras para el progreso. La ciencia y los avances tecnológicos parece que están en disposición de convertir en realidad todo lo que se sueña. El Primer Mundo vive un época de gran esplendor y, afortunadamente, España ya forma parte de ese restringido club.
La cosas están así, pero la Naturaleza tiene sus leyes y va a su ritmo. Cuando respira armónicamente: todo va bien. Pero, así que las cosas, se tuercen y, por ejemplo, se pone a llover y no para. Entonces, todo nuestro mundo cambia. Algo tan aparentemente tonto como la lluvia durante unas horas todo lo pone patas arriba porque el agua todo lo anega y los trenes se quedan varados como barcos sorprendidos por el barro y las carreteras desaparecen bajo mil improvisados pantanos y el agua entra en las casas y todo se pierde en el naufragio de los muebles -como ha ocurrido estos días en Castilla La Mancha, en algunas zonas de Madrid o en varias comarcas de Castilla la Vieja-.
Entonces, de repente, es cuando descubrimos cuán frágil sigue siendo nuestro mundo y cuán necesitados andamos todos de una cura de humildad. Ojalá que no se retrasen las ayudas oficiales que necesitan los agricultores a los que la lluvia caída estos días ha querido arrebatar el fruto de tantos sueños y sudores.
Fermín Bocos.