Actualizado 21/05/2007 02:00

Fernando Jáuregui.- La semana política que empieza.- Aún cabe la esperanza. ¿O no?

MADRID 21 May. (OTR/PRESS) -

Esta recta final de campaña es solamente el comienzo de algo trascendente. O no, que diría el gallego Mariano Rajoy. Asusta, en principio, pensar en lo que será la ronda que se inicia a partir de la noche del domingo, cuando ya estas primarias -que es lo que son_ se conviertan en historia para dar paso a la precampaña para las elecciones generales de marzo. Porque si la crispación en estas municipales y autonómicas ha sido tal, ¿qué no ocurrirá cuando se juegue en primera división, es decir, con el sillón principal de La Moncloa en liza? Esta campaña, hasta ahora, ha tenido poco de ejemplar y menos de constructiva: nos hemos peleado por cosas que, como la lucha antiterrorista, no admitirían que se haga de ellas materia para la batalla electoral.

Pero es bien cierto que la tónica de la política nacional viene siendo esta: guerra a muerte hasta por las cosas más nimias, esas cosas que incluso los más beligerantes saben que habrán caído en el olvido dentro de unas pocas semanas. Y, sin embargo, a título personal, aún me cabe una cierta esperanza.

Lo confieso: soy optimista por naturaleza, y algo dado a creer en la utopía y en la bondad innata del ser humano. Me sitúo -perdón por la confesión personal- más entre los roussonianos que con los hobbesianos convencidos de que el hombre es un lobo para el hombre. Me cuento entre quienes dudan que el sentido común sea el menos común de los sentidos. Y sigo creyendo que, para tener esperanzas de ganar en las próximas elecciones legislativas, la oposición tendrá que acercar sus posiciones a las del Gobierno en ciertas materias, entre ellas el proceso negociador con ETA. De la misma manera que el Gobierno habrá de clarificar su pensamiento y dejar de dar la sensación de que engaña permanentemente a la ciudadanía en lo referente a ese proceso de paz iniciado, y probablemente nunca del todo interrumpido, con la banda del terror.

Es decir, me gustaría creer que lo que nos está ocurriendo es nada más que una pesadilla pasajera, en la que los unos se han instalado en el 'no a todo' y los otros no quieren salir de las arenas movedizas, de la ambigüedad (mal) calculada. Porque lo ocurrido en los últimos días no acaba de entenderse: un diario cercano a los antisistema es quien informa de los movimientos negociadores del Gobierno con la banda del terror, movimientos luego ratificados por otras fuentes, pero tajantemente negados por el Gobierno y el partido socialista. Todo el país tiene la convicción de que esos contactos, de una u otra forma, han existido, pero los desmentidos oficiales persisten. Y entonces la incredulidad hacia lo que cuentan quienes nos gobiernan crece, lo que siempre es un peligro en democracia.

Obviamente, esta situación no puede seguir de forma indefinida, mientras, además, las provocaciones de los antisistema aumentan en volumen e intensidad. Algo tiene que ocurrir.

Y algo ocurrirá: ya hay manos preocupadas que se tienden -las de los nacionalistas vascos y catalanes más moderados_ para encauzar, aunque sea desde el egoísmo y en beneficio propio, diálogos y entendimientos entre las dos españas clásicas. Hay portillos abiertos, entre otras razones porque, si no, se generarían situaciones de conflicto peligroso; ¿qué ocurriría, por ejemplo, si en las elecciones legislativas el PP obtuviese un escaño más que el PSOE? Pues ocurriría que el PP tendría que lanzarse a buscar urgentes acuerdos para la Legislatura con otras fuerzas que le ayudasen a constituir una mayoría suficiente para gobernar. Y qué duda cabe de que el PP lo intentará, forzándose a sí mismo -Aznar ya lo hizo en sus primeros años en el poder_ a un viraje hacia la moderación y el centrismo. En ese campo es donde encontrará el terreno más abonado para llegar a pactos.

De ahí mi esperanza: en el camino hacia la moderación tendrán los dos grandes partidos mayores posibilidades de victoria. No les quedará más remedio que pactar con quienes, siendo la llave hacia La Moncloa, imponen esa ley contra los extremismos. Nunca como ahora se hicieron menos deseables las mayorías absolutas. Creo que, en todo caso, con la transacción, con la necesidad de acuerdo, seremos los ciudadanos quienes ganaremos. ¿Tan difícil les resulta entenderlo a quienes ahora se instalan en la obcecación, en los maximalismos, en la descalificación absoluta de todo lo que hace el adversario?

Fernando Jáuregui

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