Actualizado 26/04/2009 14:00

Fernando Jáuregui.- Siete días trepidantes.- Normalidad, acaso, pese a todo

MADRID 26 Abr. (OTR/PRESS) -

HORRIBLES TITULARES

Dicen que los responsables políticos deben desayunar cada día un sapo con los titulares de prensa. Los de este sábado tenían, más bien, tamaño de cocodrilos, e incorporaban, todos, la misma cifra: 4.010.000, el número de parados en una España a la que hace apenas año y medio se le prometía pleno empleo. Inevitable, como hacían tantos editoriales, culpar en parte al Gobierno, que, sin duda, tiene muchas culpas por acción y omisión, pero que no es, obviamente, el único villano en esta obra. Pero, en fin, este flamante equipo formado por Zapatero es el blanco de todas las miradas, de todas las críticas, de todas las aprensiones y de muchas esperanzas. Elena Salgado, la novísima e inesperada vicepresidenta económica, tiene toros muy serios que lidiar en esta feria. ¿Podrá?

He hablado de 'feria' muy a propósito, porque, con la que está cayendo, con ese ejército de cuatro millones largos de personas al borde de la desesperación, hay, con todo, que mantener la normalidad, la vida sigue y peor sería pararse en la lamentación. España es un país importante, pienso en ocasiones que a pesar de muchos españoles, que nos empeñamos en minimizarlo y nos deleitamos en el catastrofismo. E insisto en que este Gobierno, que es lo que tenemos, es el que tiene que instalarnos nuevamente en esa normalidad de trabajo y ocio.

Este Gobierno, digo, al que Zapatero nos presentaba, envuelto en el habitual papel de colores del optimismo más falto de la menor autocrítica, el pasado miércoles. Fue una sesión parlamentaria antesala del debate sobre el estado de la nación, adelantado, afortunadamente, para antes de las elecciones europeas. Una sesión, la del pasado miércoles, en la que me parece que los dos principales contendientes políticos brillaron por sus dotes parlamentarias, pero más el líder de la oposición -su papel es más fácil, desde luego- que el presidente del Ejecutivo, que sigue, no obstante, encantado de haberse conocido.

LA PELOTA, EN EL TEJADO DE RAJOY

De los editoriales que podían leerse en muchos periódicos de este sábado, aún conmocionados por la cifra que aparecía en sus titulares, saco la conclusión de que es ahora más clamorosa que nunca la petición de un pacto de Estado, al menos en torno a las soluciones para frenar el desempleo, que es la faz cruel con la que la crisis económica global se muestra en España. Que el Rey, cumpliendo sus funciones no escritas en parte alguna para los momentos críticos -¿no son cuatro millones de personas arrojadas a la desocupación algo así como una situación crítica?- , llame a Zapatero y a Rajoy a hacerse la fotografía con él y escenifique que ambos están en el compromiso de ir juntos contra esta lacra. Como contra el terrorismo. Como en el País Vasco.

Ya sé que Zapatero piensa en otras soluciones parlamentarias, en los grupos menores del Congreso de los Diputados para que le ayuden a sacar adelante sus Presupuestos para el año próximo y sus leyes no económicas para contentar a otros sectores políticos. Ya sé que ha hecho un Gobierno muy volcado en sí mismo hacia el PSOE. Ya sé que nuestro hombre en Moncloa mira hacia el caladero de votos de Izquierda Unida -lo de la ex alcaldesa de Córdoba Rosa Aguilar es de suspenso ético y estético para ella, pero de notable para su jefe Griñán- para reforzar el ala izquierda. Pero temo por ZP que no hay remedio: tiene que volver la cabeza hacia la derecha y 'pescar' allí una cierta estabilidad social, una dosis de confianza colectiva.

Me parece que Zapatero sigue lejos de esos planteamientos. Pero tampoco estoy seguro de que Mariano Rajoy los comparta. Pienso que la pelota está en el tejado del presidente del Partido Popular, que no puede plantear ese debate sobre el estado de la nación como una confrontación, sino como una colaboración. Aunque, claro, temo que esto que digo sea, de nuevo, una utopía.

LOS TRAJES DE CAMPS Y ESAS FILTRACIONES

Porque, por supuesto, Rajoy parece estar en otras cosas. En defender -y hace muy bien, pienso- a uno de sus 'barones' principales, el valenciano Francisco Camps, de algunos ataques periodísticos -¿o judiciales?- que me parecen un acoso y derribo sin trascendencia penal, pero con evidente desgaste moral. Me pregunto de dónde salen esas filtraciones que reproducen grabaciones de conversaciones telefónicas que ni siquiera están, parece, en el sumario. Es un éxito periodístico publicarlas, pero un desmán filtrarlas, procurando el ridículo de una persona que tiene perfecto derecho a la presunción de inocencia -¿es delito ser amigo de 'el bigotes'? ¿Es delito lo de los trajes presuntos?-.

Y, encima, esta semana que entra comienza la vista del 'caso Gürtel', que sospecho que va a quedar en poco, aunque en algo. Pero que ha tenido efectos de excavadora a la hora de abrir boquetes en el túnel del PP. Qué tremenda situación la de un Rajoy que con una mano bordea el cielo y en la otra siente las llamaradas del infierno. No, lo suyo tampoco está instalado en esa normalidad aburrida que es la esencia de la felicidad, dicen, en una democracia.

FERNANDO JÁUREGUI

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