Actualizado 13/04/2007 02:00

Francisco Muro de Iscar.- Catálogo de muertos

MADRID 13 Abr. (OTR/PRESS) -

La muerte del Señor se ha conmemorado adecuadamente con más de cien muertos en carretera y un ciclo de escabechinas de Al Qaeda en el Magreb. De telón de fondo, las pantallas de cine han celebrado la heroica perdición de los trescientos espartanos de Leónidas en las Termópilas. La película reúne méritos para figurar entre los peores guiones y diálogos de la Historia pero ha arrasado entre las masas elementales de Estados Unidos, atentas como es habitual a las operaciones sentimentales. Hay gente que lo ignora, pero los persas eran los iraníes de entonces.

El Jerjes exhibicionista y mariquita que presenta "300" es el antepasado del presidente Ahmadineyad, muy cubierto de barbas y pudores, muy de pueblo, que, también coincidiendo con nuestra Semana Santa, ha anunciado una reedición del paso de las Termópilas que le da entrada al club de los ricos nucleares. Así iba el mundo, mientras los españoles ateridos recordaban un año más la Pasión en el problemático fervor de las procesiones, inigualable filón para antropólogos con ganas. La belleza de los redobles de tambor que acompaña a las imágenes difícilmente sería perceptible sin nuestra secular afición a las ejecuciones públicas.

"¡Viva la muerte!" es la reivindicación más primaria de los fascismos. En "Asesinato en Ámsterdam", Ian Buruma describe el paisaje sociorreligioso en que individuos sin futuro cometieron crímenes contra Pim Fortuyn y Theo Van Gogh en honor de paraísos olvidados. Pero los estallidos de Casablanca, Argel y Bagdad recuerdan un dato palmario: las primeras víctimas de los fundamentalistas son sus propios congéneres. Si, en las eras oscuras de Europa, los cruzados y los lacayos de la Inquisición hubieran dispuesto de aviones y comunicaciones por internet, hubieran sido aun más mortíferos. Dejando aparte los desajustes que crean las modernas migraciones, prescindiendo de la sofisticación de los medios contemporáneos, el terrorismo de hoy responde a los mismos instintos del de ayer, a los cíclicos repuntes de la frustración social, a la nostalgia ambigua y a la ideología, ese estado de fosilización de las ideas.

Resulta chocante, aunque nadie lo comente, que, con lo que está lloviendo, el Papa de Roma, en sus pláticas pascuales, incitara otra vez al rearme ideológico de los suyos. ¿No han hecho ya bastante daño las ideologías? Con la tranquilidad que debe darle saber que su ideología es la única verdadera, podía haberlos incitado a ser compasivos, a ayudar al prójimo y a desarrollar la inteligencia, pero la compasión nunca aparece en los sermones importantes y, por supuesto, la inteligencia nunca es recomendable. En su libro, Buruma menciona un cenáculo que alimentó al asesino de Theo Van Gogh y en el que abiertamente se predicaba que el odio es la obligación primera de los fieles. En eras que creíamos periclitadas, la pugna de los fieles contra los infieles marcó el devenir del mundo. Ahora vuelve con su obligado reguero de cadáveres.

Francisco Muro de Iscar.

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