Actualizado 02/10/2007 02:00

Isaías Lafuente.- Sordo Ibarretxe

MADRID 2 Oct. (OTR/PRESS) -

El lehendakari Ibarretxe tiene una verdadera obsesión por promover consultas, pero no le interesan nada las respuestas que obtiene cuando le son desfavorables. En su última intervención plañidera en el Alderdi Eguna, tras poner fecha a su consulta popular, insistió: "¿De qué sirve el autogobierno y ser lehendakari si no puedo preguntaros qué pensáis acerca de las cosas?".

Tiene mala memoria el lehendakari. Olvida que su plan soberanista ya fue consultado en el Parlamento Vasco, en donde obtuvo una exigua mayoría gracias a tres votos de la coalición heredera de Batasuna, Socialista Abertzaleak. Conviene dejar constancia de los nombres de los tres diputados vascos indispensables para que el plan saliera adelante en esa primera instancia: Arnaldo Otegi, actualmente en prisión; Jon Salaberría, hoy en busca y captura, y Joseba Permach que, si la memoria no me falla, tiene también alguna causa pendiente con la justicia.

Pasado aquel trámite, el plan Ibarretxe fue escuchado y debatido en el Congreso de los Diputados, como exige el procedimiento, y rechazado por una aplastante mayoría. Fue entonces cuando Ibarretxe decidió adelantar las elecciones vascas y convertirlas en una especie de plebiscito popular a su decisión. Durante la campaña presentó aquellos comicios como una oportunidad histórica para conseguir una mayoría suficiente que permitiera al pueblo vasco avanzar en el derecho a decidir su propio futuro, como si no lo viniera haciendo desde hace 30 años. Las urnas le devolvieron un recado: su partido perdió cuatro escaños y 140.000 votos. Todo un éxito.

Los militantes del PNV tienen que optar entre el victimismo rancio de Ibarretxe y la apuesta modernizadora lanzada por Imaz en su testamento político. Y los electores vascos tendrán que decidir en un futuro próximo si siguen otorgando su confianza a un político dispuesto a vulnerar la legalidad para ver realizadas sus ensoñaciones. Porque ese suele ser un mal que no cura ni la independencia.

Isaías Lafuente.

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