MADRID 13 Feb. (OTR/PRESS) -
La cadena de televisión Cuatro acaba de estrenar un formato dedicado a los adolescentes. Y lo ha hecho con éxito, superando la cuota del diez por ciento un viernes y en horario de máxima audiencia, frente a potentes ofertas de la competencia. El dato demuestra al menos dos cosas. La primera, que la televisión tiene aún inmensos territorios por explorar y no todos están necesariamente en la ciénaga. La segunda, que quienes imaginaron el programa han tenido el acierto de fijarse en un colectivo del que todo el mundo habla pero al que muy pocas veces se le escucha con la debida atención.
Injustamente, los adolescentes suelen ocupar el espacio público como protagonistas de malas noticias: el acoso escolar, el fracaso académico, la delincuencia juvenil, el botellón... Además, han tenido la mala suerte de ser una de las primeras generaciones escudriñadas por los estudios y la estadística. Gracias a ellos conocemos con precisión la instantánea de sus comportamientos, pero la inexistencia informes semejantes referidos a cómo vivieron la adolescencia sus padres y sus abuelos nos impide valorar si los adolescentes de hoy son muy distintos a los adolescentes de ayer.
Yo creo que no. La adolescencia es una etapa vital que responde a cambios físicos inexorables; el cuerpo y la mente rompen sus costuras a destiempo y mientras ambos vuelven a sincronizarse los chavales viven una etapa tormentosa que salpica a quienes les rodean, pero que fundamentalmente les afecta a ellos. Es un proceso eterno, universal y transversal, que se ha perpetuado a través de generaciones, en todo el mundo y en individuos de toda condición. Es una crisis tan natural que quizás cabría preguntarse si no es peor que no la pasen.
A lo largo de mi vida he conocido a adolescentes problemáticos que se han convertido en adultos extraordinarios, a adolescentes angelicales que han tenido una fatal evolución con los años y, cómo no, a adolescentes difíciles que hoy son adultos insoportables. Pero es muy difícil sacudirse el tópico con el que los etiquetamos.
Veo a los chavales de hoy y no me cuesta identificar comportamientos si hecho una mirada al retrovisor de mi vida y contemplo a la gente de mi generación. Cambia la estética y el lenguaje, por supuesto. También ha cambiado el mundo en el que tienen que desenvolverse en medio de la crisis. Un mundo extraordinario y tormentoso fabricado, por cierto, por los adolescentes de ayer, incapaces de entender a los adolescentes de hoy. Como ha sucedido toda la vida.
Isaías Lafuente.