Actualizado 31/03/2007 02:00

José Cavero.- La amenaza que no cesa

MADRID 31 Mar. (OTR/PRESS) -

Dicen las encuestas que los españoles estamos, por igual, preocupados por los dos terrorismos de los que tenemos abundante demostración y efectos, el de los fanáticos islamistas y el de los fanáticos etarras. De uno y de otro tenemos muy vivas y dramáticas experiencias, y ahora mismo coinciden las amenazas de ambos grupos, según nos advierten en fuentes policiales. ¿Cuál es más seria, más grave, más inminente, de las dos amenazas? Es probable que nadie lo sepa, ni siquiera en las fuentes policiales mejor informadas.

Ya hemos tenido oportunidad de comprobar, con los testimonios de los llamados al juicio del 11-M, que ni siquiera los máximos mandos policiales tenían demasiadas pistas para conocer de dónde nos llegaba, a todos los ciudadanos, la gran bofetada de aquella tragedia. Hasta el punto de que las impresiones, presunciones o sospechas iniciales -hasta entonces todo atentado producido en España había sido obra de ETA, casi sin excepciones- pretendió hacerse versión oficial permanente, y en ello se esforzaron Acebes, Zaplana, Díaz de Mera, Astarloa y otros portavoces del Gobierno de aquel momento.

Incluso hasta ahora mismo, alguno de tales portavoces insiste en esa presunción ya descartada por la realidad y los testimonios, pero no en algunas voces de ciertos conspiradores. Hasta el punto de que hoy mismo se nos asegura que Díaz de Mera está pidiendo a varios policías que apoyen su acusación sin pruebas, haciendo muy poco caso, como se ve, al mismísimo Mariano Rajoy, que reclama al eurodiputado del PP que colabore con el tribunal del 11-M.

Díaz de Mera, entonces director general de la Policía, es la máxima expresión de la ineficacia e inoperancia de aquellos días, y de muchos meses anteriores, cuando empezaron a conocerse las amenazas de Al Qaeda y se echaron a andar con alucinante desparpajo y libertad de movimientos los pasmosos protagonistas complementarios: Los traficantes de la dinamita asturiana, o "los moritos" a sueldo de la Policía como traficantes de cualquier otra información relativa a eventuales delitos.

El capítulo de esos colaboradores policiales, los confidentes, chivatos de poca monta, es con toda certeza uno de los aspectos más sorprendentes y difíciles de entender de todo el sumario del caso. Es evidente que el director general no tenía acceso directo a ese tipo de fuentes informativas, pero sí a los mandos que recibían sus "chismes" y que les pagaban por ellos. Es comprensible que el 'caso Díaz de Mera' siga suscitando abultadas atenciones. Su gran éxito policial del 11-M ha merecido un escaño en el Parlamento de Estrasburgo, nada menos, y ahora pretende mantener las falsedades que, según parece, produjo durante su alta responsabilidad a favor, se supone, de la seguridad e integridad de los españoles.

José Cavero

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