MADRID 1 Oct. (OTR/PRESS) -
Es fácil el repaso de los grandes titulares de los diarios en el día después de la huelga. La mayor parte de ellos son coincidentes en los términos de mayores dimensiones empleados: estrepitoso fracaso de la huelga, fracaso general, fracaso de la huelga borroka, derrota sindical, Zapatero mantendrá la reforma laboral tras una huelga de impacto moderado, huelga no general, más sindical que general, la huelga cerró industrias, pero no la Administración ni el comercio, y ahora, más reformas...
Definitivamente, la cosecha que este jueves recogen los sindicatos y sus dirigentes no parecen tener nada que ver con los mítines de cierre de jornada, cuando Méndez y Toxo alardeaban de un éxito descomunal, de una jornada histórica que debiera tener efectos inmediatos en la reconsideración y la rectificación de la política económica del Gobierno. Siempre fue la obsesión sindical, y no parece que vayan a ir las cosas por ahí. Por lo menos, la interpretación general de los hechos no acompaña a esas voces sindicalistas. No es probable que se modifiquen esos planteamientos que molestan a los sindicatos, y lo más probable, por el contrario, es que empiece a modificarse la consideración general y global que merecen los sindicatos y sus dirigentes, erigidos, no se sabe por qué arte misterioso, en elementos imprescindibles y dignos de todo aprecio y consideración. Desde el momento en que decidieron la convocatoria de la huelga han estado "en su nube", perfectamente convencidos de la posesión absoluta de su verdad y de sus recetas y en disposición permanente para desautorizar y desacreditar a sus competidores, particularmente el Gobierno, su presidente y la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, a quien también elevaron al primer nivel de enemigos a derrotar.
Desde ese primer momento, Méndez y Toxo -parece, sobre todo, que el segundo, constituido en "cerebro" pensante de la estrategia sindical-, entendieron que debían vengar su propia incompetencia, de verse incapaces de pactar con la patronal una reforma laboral digna y aceptable, después de año y medio de negativas a acometer esa tarea o de intentos frustrados. Méndez y Toxo han elaborado sus propias rutas y vías para terminar de sacar al país de la crisis, contrariando en todo las vías y rutas del Gobierno y de las instituciones europeas. Ahora han podido comprobar que disponen de muy escaso crédito y que sus imaginarias soluciones no sirven y son perfectamente despreciadas por la población. ¿Sabrán admitir su error? No parece probable, por más que lean los periódicos de este jueves, o escuchen las tertulias coincidentes en que se les critica con la misma severidad que ellos lo han hecho con el Gobierno. Paradójicamente, resulta que quien ahora se ofrece a echarles una mano para volver a alguna clase de diálogo es ese Gobierno al que han despreciado y del que han exigido la rectificación general e inmediata, salvo suicidio político de Rodríguez Zapatero. A Méndez y Toxo se les habían subido sus propios humos, y ahora precisarán algunas jornadas de reflexión para asimilar y encajar esos términos que no esperaban: derrota sindical, estrepitoso fracaso...