MADRID 5 Sep. (OTR/PRESS) -
Nunca he comprendido la tirria que le tienen los populares a Alberto Ruiz Gallardón. Pero se la tienen, y tanta que resulta escandalosa. Algunos dirigentes del PP, y no digamos sus aliados mediáticos, ven a Gallardón como a un izquierdista camuflado en sus filas, capaz de las mayores tropelías. Y precisamente estos días son muchos los que le acusan de haber destapado el debate sobre la sucesión de Mariano Rajoy.
Gallardón se defiende, claro, y asegura que él no ha abierto ninguna caja de Pandora porque el liderazgo de Rajoy no está en cuestión. Lo primero es verdad, lo segundo no tanto. Mariano Rajoy es un líder político que llega lastrado a la carrera electoral y son muchas las voces de la derecha que murmuran en voz baja que si Rajoy pierde las elecciones, como parece que va a suceder, entonces será el momento de invitarle a que pase a otro el bastón de mando, y ahí está Esperanza Aguirre en primera fila esperando.
En realidad Esperanza Aguirre tiene muchas ganas de suceder a Rajoy pero hace como que lo disimula. La diferencia entre las ambiciones de Esperanza Aguirre y las de Ruiz Gallardón es que en el PP a doña Esperanza la consideran una de los suyos mientras que a Gallardón le sienten ajeno.
Lo cierto es que Alberto Ruiz Gallardón es un político de derechas, de una derecha moderna y moderada, capaz de entenderse con sus adversarios y tratarlos con elegancia. Tampoco se lo monta de sectario, y procura, cuando ejerce cargos públicos, contentar también a quienes no le votan. Lo ha hecho bien en el área de cultura, tanto cuando presidió la Comunidad, como en su etapa de alcalde, porque ha fichado de Alicia Moreno que es su contacto con el mundo de la cultura.
El caso es que cuando los actuales dirigentes del PP hacen declaraciones catastrofistas e histriónicas sobre cualquier asunto de la actualidad, Gallardón suele dar opiniones más matizadas, más moderadas, más equilibradas, y eso pone de los nervios a muchos de sus compañeros de partido. Casi me atrevería a decir que en el PP hay quienes no le perdonan sus triunfos electorales y que les produciría un gran regocijo que se estrellera en las urnas.
Gallardón ha sido un militante disciplinado que ha cumplido con brillantes allá donde le ha enviado su partido, pero ahora quiere tener un hueco en la política nacional, y es evidente que se lo ha ganado. Su problema, su gran problema no es su ideología, ni su gestión, ni sus capacidades, su problema es su talante, si, si, su talante. Gallardón hace gala de tener un talante moderado, de no ser enemigo de sus adversarios políticos, de ser capaz de escuchar a los otros, de no odiar. Y todo esto son defectos insufribles para muchos de sus compañeros del PP.
Julia Navarro